Por Natalí Olkenitzky
Tras la caída del Muro se abren las puertas de Berlín Oriental y mediante un amigo, el dramaturgo Doug Wright queda fascinado al conocer a Charlotte von Mahlsdorf, una travesti que vive en una mansión convertida en museo. Se trata de la dueña del único cabaret de la época de la República de Weimarque quedó post-guerra. Es una mujer que, por sobre todas las cosas, posee un nivel de carisma y excentricidad que invita a cualquier persona a querer sentarse en frente simplemente para poder observarla y escuchar los vaivenes de una vida que, sin dudas, supo ser vivida.
Pero, ¿cómo puede una travesti caminar por las calles de Berlín en mitad de la Segunda Guerra Mundial sin ser fusilada en plena calle? ¿Sin siquiera ser detenida? ¿Cómo sobrevivir –sin esconder su condición de hombre con tacos– a dos de los regímenes más opresivos del siglo XX? ¿Cómo llega el hijo de un comandante afiliado al partido Nazi, a tener la taberna de moda de Berlín del Este montada en el sótano de su casa? ¿Cómo hizo para celebrar –y esconder– durante años, fiestas gay con artistas de renombre, sin que nadie lo note?
Pocas explicaciones podrían encontrarle a la historia que presenta Yo soy mi propia mujer aquellos convencionales que eligen vivir y entender la vida sólo a través de la matemática y la lógica. No así para aquellos que dejan este ingrediente de lado, se permiten abrir la imaginación y dejarse llevar a través de los relatos de esta maravillosa mujer.
Julio Chávez se presenta con una imponencia que lo caracteriza desde el mismo instante en el que atraviesa la puerta. Es un actor con presencia. Es un actor con fuerza, pero tanto ímpetu logra saturar al espectador. Tanta información sólo generó en mi persona la necesidad de un minuto de silencio para poder asimilarla.
Por favor, que no se me malinterprete. El guión de Doug Wright es una perla. Es perfecto. Es una lástima los pocos matices y el lugar casi nulo que tiene el juego sobre el escenario. Sí, es cierto, hay un señor Chávez haciendo de más de un personaje a la vez. Entonces, ¿cómo es posible el poco lugar que se le da al juego? Creo que los momentos más íntimos que logran llegar con toda su fuerza son aquellos donde se abre el juego corporal. La voz pasa a un segundo plano y se logra distinguir a una Charlotte completamente vulnerable contando con el cuerpo su paso por esta vida con la ilusión de una nena que sólo concibe vivir jugando.
La obra puede verse todos los días jueves a las 20.45 horas, viernes a las 20 horas, sábado a las 22 horas, y domingos a las 19 horas en el complejo Paseo La Plaza (avenida Corrientes 1660). Entradas, a partir de $350.
Ficha técnico artística
Autoría: Doug Wright.
Reparto: Julio Chávez.
Vestuario: Lida Quiroga
Diseño de vestuario: Cristina Villamor.
Diseño de escenografìa: Marcelo Valiente.
Diseño de luces: Felix Monti.
Diseño de sonido: Diego Vainer.
Audiovisuales: Milwatss y Rodrigo Cecere.
Música original: Diego Vainer.
Stage Manager: Ramón Gaona.
Operación de luces: Leonardo Muñoz.
Operación de sonido: Carlos Ferreyra.
Maquinaria: Damián Lanza y Mauricio Lanza.
Fotografía: Claudio Divella y Alejandra López.
Comunicación visual: Gabriela Kogan.
Comunicación digital: Newcycle.
Diseño gráfico: Pablo Bologna.
Asistencia de dirección: Ramón Gaona.
Prensa: SMW.
Producción gráfica: Romina Juejati.
Producción ejecutiva: Javier Madou.
Productor asociado: Noemí Slutzki.
Producción general: Pablo Kompel.
Dirección de producción: Ariel Stolier.
Jefe técnico: Jorge Pérez.
Coaching actoral: Lili Popovich.
Dirección: Agustìn Alezzo.