En la sala del teatro hay olor a cosas viejas. No el hedor rancio a encierro y abandono, sino el peculiar aroma que sale de los libros cuando acumulan más de cuarenta años de lecturas, el que también se encuentra en pequeñas boutiques que ofrecen muebles antiguos y chucherías con historia. De esto último trata Vinilos, la obra (¿tragicómica?) escrita y dirigida por Nicolás Blandi: de los relatos de nuestro pasado y de cómo influyen en nuestras vidas como adultos.
Francisco, Andrés y Tomás son amigos desde la infancia y lo que los une es una pasión por escuchar vinilos de las décadas del sesenta, setenta y ochenta. A ellos se le suma Florencia –que también los conoce de chica y es la novia de Andrés– y luego Romina –la nueva pareja de Tomás–, cuya presencia promueve la lectura de unos cuadernos donde Francisco transcribe lo que ocurre en las reuniones. Lo que se inicia como un encuentro más en su casa con la excusa de hablar de discos como Wadu Wadu desencadena un recorrido por la avenida de la memoria… para descubrir que no todo lo que uno recuerda es alegre.
En Vinilos, la formación actoral de Blandi con Hernán Gené, Gabriel Chamé Buendia y Marcelo Savignone se hace notar especialmente cuando dirige a Jorge Tomas (Francisco) y a Débora Palladino (Romina, novia de Tomás), que rápidamente recorren el vaivén entre la comicidad y el drama. La construcción de tensión entre la pareja constituida por los personajes de Hernán Vázquez (Andrés) y Marina Fantini (que estuvo reemplazando a Malena Pérez Bergallo en el rol de Florencia) es magnífica y, por el otro lado, mención aparte debe hacerse para el propio director, que debió cubrir a Pablo Toporosi en una función y calzarse en la piel de Tomás: no se quedó atrás a la hora de construir al, quizás, más vulnerable de todos los personajes.
Lo interesante de Vinilos es cómo pone en escena los temas relevantes que pretende tratar: los amigos descubren que Francisco escribe todo lo que ocurre en los encuentros –hábito que hereda de su padre–, y a partir de diversas analepsis (concepto conocido como flashback en el cine), comienzan a rememorarlas. Sin embargo, la memoria es manipulable. El recuerdo, moldeable. Lo que uno elige recordar y olvidar rara vez depende de nuestra voluntad para hacerlo, y tiene más que ver con cuestiones relativas a conexiones químicas en el cerebro que con nuestra capacidad para vivir por siempre en un mismo momento. Ya quisiéramos poder viajar en el tiempo al pasado, de quien se dice que fue mejor.
Lo que está escrito aparece como la verdad inalterable, cuando no es sino la interpretación de uno de los sujetos involucrados en esa realidad. Las diversas analepsis ofrecen al espectador una reflexión metateatral sobre los eventos: los recuerdos están escritos en cuadernos, como la dramaturgia misma, y la puesta en escena de los hechos se da a partir de la lectura de todos los elementos que constituyen la escritura teatral. Francisco lee las didascalias (acotaciones escénicas) y la iluminación nos indica que estamos viviendo un tiempo tercero, distinto al de la obra y al de nuestras vidas. De la misma manera, los personajes estiran ciertas situaciones que le otorgarían una luz sombría a la obra, para luego quebrar la tensión con la frase “¿qué les pasaba a los pibes, que de repente se ponían así?”. Este freno en la escena permite reflexionar sobre la misma acción: ¿qué les pasa a estos personajes que constantemente vuelven sobre ciertos hechos del pasado? ¿Qué cosas son las que los mantienen despiertos? ¿Cuál es el propósito de la adultez?
El temor y el miedo al fracaso gobiernan las vidas de estos tres adolescentes que ya pasaron los treinta años; añoran el rock de décadas que no vivieron (o no del todo) como una excusa para no vivir sus propias vidas, como si el hecho de recordar los transportara a ese momento efímero e inasible como el teatro mismo, y porque, a veces, realmente los lleva a esos lugares.
A veces, el ejercicio de la memoria no es algo positivo, y por eso la biología nos dio un regalo al permitirnos dormir y olvidar. Como Ireneo Funes –el personaje borgeano–, Francisco (se sienta, lee y) recuerda aquellos momentos que lo cambiaron todo, como si estuviese atrapado en el círculo de pasta infinito que le da título a la obra, y que lo lleva una y otra vez a rasgar con la púa su cerebro para que salga el sonido que es ese revivir el punto de quiebre entre los amigos sin poder hacer nada que cambie el resultado. “Nuestros recuerdos son historias de mierda”, dice Andrés, en un intento por no recordar, por no volver a sufrir.
¿QUÉ? Vinilos.
¿CUÁNDO? Los viernes a las 21 horas.
¿DÓNDE? Abasto Social Club (Yatay 666, CABA).
¿CUÁNTO? $200 y $150 a jubilados y estudiantes.
Ficha técnico artística Dramaturgia: Nicolas Blandi. Actúan: Débora Palladino, Malena Pérez Bergallo, Jorge Tomas, Pablo Toporosi, Hernán Vazquez. Coros: Brian De La Fontaine, Nicolás Díaz. Vestuario: Damián Trotta. Escenografía: Damián Trotta. Maquillaje: Malena Pérez Bergallo. Diseño de luces: Fernando Chacoma. Música original: Bernardo Francese. Diseño gráfico: Leandro Villegas Campos. Asistencia de dirección: Nadia Camino. Prensa: CorreyDile Prensa. Producción ejecutiva: Macarena Orueta. Dirección: Nicolas Blandi.