Algo que se suele decir sobre Shakespeare es que sus obras son universales, porque hablan de sentimientos y actitudes comunes a toda la humanidad, y porque se han leído, se leen y se seguirán leyendo –probablemente– hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, se confunde esta supuesta universalidad con su estatuto como clásico: hay muchos elementos de las obras de este autor que son características de su contexto histórico de producción y que se pierden al ojo del espectador argentino del siglo XXI.
Francisco Civit adapta Ricardo III, obra que finaliza la tetralogía del Bardo sobre la historia de Inglaterra. En este sentido, siempre resultará difícil para el espectador no perderse en los entramados políticos que sugiere la puesta –tanto la original como la adaptación–, ya que se dan por conocidos muchos hechos que los argentinos no tenemos como propios: el jabalí como emblema de Ricardo, la batalla de Bosworth, la guerra de las Rosas (es decir, entre las casas York y Lancaster, cuyos emblemas eran una rosa blanca y una rosa roja respectivamente) y la llegada al poder de los Tudor.
Asimismo, Ricardo III es la obra de Shakespeare más extensa luego de Hamlet, con una infinidad de personajes y acontecimientos que, de ponerse en escena literalmente, le otorgarían a la obra una duración no menor a cuatro horas, tiempo al que estaba acostumbrado el espectador isabelino. El director resuelve parcialmente estas problemáticas generadas por la distancia espacio-temporal al incluir un dispositivo cinematográfico: utiliza un proyector que indica el lugar de la acción y los personajes que intervienen en ella, facilitando que los trece actores en escena puedan representar a más de una persona. Todos los actores serán, al menos una vez, el maquiavélico Ricardo. En relación a esto, la vestimenta adquiere importancia escénica para diferenciar al protagonista del resto de los personajes, y también para entrever una posible metáfora: en el cambio de roles se evidencia un Ricardo esperando salir para aniquilar a cualquiera que intervenga en su camino al poder. Además, los cambios de escena se dan mediante interludios musicales realizados por los mismos actores, lo cual habla de la versatilidad de este elenco.
Al hablar de una adaptación de Shakespeare es obligatorio preguntarse por qué seguimos leyendo e interpretando sus obras, y específicamente, qué sentido tiene poner Ricardo III en escena hoy. En el soliloquio inicial, el protagonista se revela como el villano de la historia, sin dar lugar a dudas de su maldad y su ambición. Sin embargo, festejamos sus comentarios a veces cómicos y alentamos su odioso plan para ascender al poder, quizás debido a las numerosas historias que nos han acostumbrado a hinchar por el antihéroe (uno de los ejemplos más actuales es la serie House of Cards). O quizás sea debido al rostro seductor y abominable que tiene el poder: Ricardo puede ser considerado un monstruo por las atrocidades que comete, pero hay algo en él que nos atrae.
A diferencia de otras obras de este dramaturgo, en Ricardo III no hay un personaje que sirva de contraparte al protagonista. No existe ni puede existir otra voz para que la impotencia y el terror tengan sentido a lo largo de la obra: son la única respuesta posible al funcionamiento implacable de la Historia que se plantea en el texto. La tragedia no está dada en el destino individual que sufren los que se ponen en el camino de Ricardo, sino en pensar la historia como un mecanismo impersonal y circular donde los gobernantes ascienden –y caen– sin importar sus intenciones o virtudes. La tragedia –ficcional y real– se da cuando los valores morales se han roto y la política es el arte de hacerse al poder y mantenerlo.
Shakespeare no es universal, pero sí un clásico, destinado –para bien o para mal– a ser releído y adaptado a través de las épocas, condenado a ofrecer respuestas de un tiempo que no es le es propio.
La obra puede verse los sábados a las 19.45 horas en el teatro Andamio 90 (Paraná 662) hasta el 25 de junio de 2016.
Ficha técnico artística
Versión: Francisco Civit.
Actúan: Fernando Arluna, Gabriella Calzada, Juan Marcelo Duarte, Marcela Grasso, Juan Pablo Maicas, Pedro Merlo, Fernando Migueles, Roberto Monzo, Laura Pagés, Marta Pomponio, Mariano Rótolo, Belen Rubio, Gabriel Yeannoteguy.
Músicos: Gabriela Calzada, Juan Pablo Maicas, Pedro Merlo, Fernando Migueles, Mariano Rótolo, Belen Rubio, Gabriel Yeannoteguy.
Vestuario: Cecilia Zuvialde.
Maquillaje: Florencia Petroselli.
Diseño de escenografía: Facundo Estol.
Diseño de luces: Facundo Estol.
Música original: Gabriela Calzada, Francisco Civit, Juan Pablo Maicas, Pedro Merlo, Fernando Migueles, Adolfo Oddone, Mariano Rótolo, Belen Rubio, Gabriel Yeannoteguy.
Fotografía: José Miguel Carrasco, Lluís Miras Vega.
Diseño gráfico: Adrian Riolfi.
Asistencia de dirección: Nacho Ansa, Daniel Barbarito.
Prensa: Sonia Novello.
Arreglos musicales: Adolfo Oddone.
Producción ejecutiva: Graciela Barreda, Ariel Cortina.
Producción general: Zoilo Garcés.
Director musical: Francisco Civit, Adolfo Oddone.
Dirección: Francisco Civit.