Qué azul que es ese mar es una obra de danza que ha sido destacada en los Premios Teatro del Mundo, y ha formado parte del reconocido FIBA en el año 2015 (Festival Internacional de Buenos Aires) y del Festival de Danza Contemporánea en el año 2014.
La coreógrafa Eleonora Comelli presentó una obra atravesada por el tiempo, en donde el pasado y el futuro existen juntos en un mismo presente, en un mismo lugar. Este trabajo tan particular y comprometido se inspiró e involucró a Crucero, un cortometraje que contiene imágenes de archivo de una pareja que registra sus viajes desde 1968 a 1989.
Qué azul que es ese mar recorre el tiempo y su transformación en los cuerpos de los protagonistas: dos parejas, una de la década del sesenta (de unos 30 años), y otra del noventa (de unos 60 años aproximadamente).
¿Cuánto tiempo llevó el armado, desde que comenzó la idea hasta que se estrenó la obra?
Comencé a escribir el trabajo en febrero de 2013, escribía unas 6 horas por día entre febrero y marzo. Después en mayo comenzaron los ensayos y no se paró hasta el 22 de abril de 2014, que fue el estreno. Teníamos ensayos de 3 a 4 veces por semana, y a ese ritmo, el trabajo llevó más de un año.
¿Cómo fue la experiencia de dirigir a dos parejas de generaciones distantes?
En cuanto a trabajar con bailarines grandes, yo en principio tenía miedo. Al no ser como en el teatro o en el cine, donde existe la costumbre de que alguien más joven dirija a alguien más grande, en la danza no pasa en general, hay algunas excepciones pero no muchas. Por eso, antes de elegir a la pareja de bailarines grandes, hice un árbol genealógico de todos los bailarines que habían trabajado acá en Argentina en los años 60 y 70.
¿En qué consistió la investigación?
Principalmente armé un archivo: fui al San Martín, conseguí muchos videos de Renate Schotelluis, de Ana Itelman, de Ana María Stelkelman, y ví a los bailarines. Fue un trabajo en el que me involucré bastante. También leí un libro de una coreógrafa de esa época, para conocer cómo se dirigía en ese momento.
¿Cómo fue la relación con los intérpretes?
Después de hacer toda la investigación conocí a los bailarines y su historia, y trabajamos perfectamente. Ellos fueron parte de una generación que rompió con tantas cosas y transgredió con tanto, que lo que hicimos les resultó una papa. No hubo ningún problema, si no al revés, hubo mucho respeto, un ida y vuelta muy bueno. Siempre charlamos de las frustraciones, de cuando algo sale y no sale, de hacer papelones en el ensayo, de ser conscientes de lo que se puede o no dar. En resumen, estuvo buenísimo trabajar con ellos.
¿Con qué dificultades te encontraste?
Siempre hay muchos problemas de producción, es más, los bailarines grandes no son los que están ahora. Primero se bajó uno, el varón, y conseguí a Roberto. Después la mujer que estaba se bajó, entonces conseguimos a Stella Maris. Esos fueron momentos de crisis, pero bueno, después ese mismo material se acomodó y finalmente estuvo buenísimo que estuvieran ellos dos, que no eran los que estaban originalmente para empezar la obra.
¿La puesta generó problemas en la producción?
El tema del agua, de las piletas y del teatro fue un problema. Aunque producir independientemente da mucha libertad, ya sea de elección de bailarines, de ideas, o de temas, luego esa misma libertad es limitada económicamente. Es complicado pagar el tiempo que se dedica a hacer una obra, y después es muy difícil conseguir horarios, coincidir, ensayar –y es importante ensayar porque después no sale–, y hay que dedicarle mucho tiempo. Cuando el teatro te da la sala, y es necesario trabajar con agua, las cuestiones de producción siempre son muy difíciles y estresantes.
Comentanos sobre la inclusión del agua y del trabajo en la estética de la playa.
Eso estuvo muy bueno. A fin de año del 2013, nos fuimos a trabajar tres días a la playa, a Villa Gesell. Llevamos los materiales que teníamos hasta el momento y los trabajamos en la playa, pusimos la pelopincho en la arena y aplicamos un poco con la pileta y un poco con el mar. Para los ensayos llevábamos una pileta sin agua, pero cuando entramos al teatro en enero, empezamos a trabajar con el agua en el piso y con eso comenzó a aparecer una escena nueva, la del final.
¿Cómo se llevó ese proceso en los ensayos y luego en el teatro?
Se requirió mucha paciencia, desde que comenzamos los ensayos hasta que apareció la primer escena –que fue la escena madre–. Cuando pasan unos tres meses de trabajar y de que no salga nada, lo importante es tener paciencia y obstinación de que algo va a salir. Una sorpresa surgió cuando empezamos a trabajar en el teatro con el agua, y notamos que los bailarines se resbalaban en ese piso, entonces lo tomamos como disparador para generar una escena con eso.
¿Cuantas funciones hicieron y cómo sigue el recorrido de la obra?
Empezamos el 22 de abril de 2014 e hicimos una función por semana ininterrumpidamente hasta principio de diciembre. Después, en el 2015, presentamos cinco funciones en el verano, y luego hicimos de agosto a noviembre. En 2016 tuvimos ocho funciones y ahora, 2017, seguro tenemos cinco funciones en un festival en Perú. También estamos evaluando hacer cuatro funciones ahora en febrero, y en agosto alguna más antes de viajar al festival.
RECOMENDACIÓN »
Una película: Dios se lo pague (1948) de Luis César Amadori .
Un libro: Las Obras Completas de Felisberto Hernández.
Ficha técnico-artística
Idea: Eleonora Comelli.
Intérpretes: Roberto Dimitrievich, Matias Etcheverry, Laura Figueiras y Stella Maris Isoldi.
Escenografía: Paula Molina.
Vestuario: Paula Molina.
Iluminación: Ricardo Sica.
Diseño sonoro: Ulises Conti.
Realización de video: Pablo Pintor.
Música original: Ulises Conti.
Prensa: Debora Lachter.
Producción general: Eleonora Comelli.
Dirección: Eleonora Comelli.