Le Villi fue la primera obra que Giacomo Puccini compuso para la escena, allá por el año 1883, junto con el libretista Ferdinando Fontana. La primera versión de la obra, que contaba con un solo acto, no tuvo gran éxito, pero gracias a la colaboración de allegados como Arrigo Boito (libretista famoso por su colaboración con Giuseppe Verdi) y Giulio Ricordi (hijo del fundador de la prestigiosa editorial musical Casa Ricordi, cuya influencia es determinante en el desarrollo de la ópera italiana, particularmente, durante el siglo XIX) Puccini tuvo la oportunidad de seguir trabajando en ella hasta dar con la versión final, de dos actos separados por un intermezzo, que conocemos hoy en día y que tuvo lugar en el Teatro Regio de Turín el 26 de Diciembre de 1884.
La obra está marcada, desde su título, por la tragedia. El libreto de Fontana está basado en un cuento del escritor francés Jean-Baptiste Alphonse Karr, que, a su vez, reelabora una leyenda de Europa del Este. En la tradición popular de esta región, las “villis” (en italiano, “le villi”) son espíritus de jóvenes que han muerto traicionadas por sus amantes.
Ya en el comienzo, Ana y Roberto, cuya unión matrimonial inicia la obra, deben separarse: Roberto debe viajar el mismo día de su boda a reclamar una herencia. La promesa de prosperidad, sin embargo, no es suficiente para acallar las preocupaciones de su esposa, quien presiente en la separación la insinuación de la desgracia. Pese a sus súplicas, él parte. La dulzura del festejo inicial contrasta con la amargura de las lágrimas de la joven novia.
En la espesura del bosque, Roberto es seducido por una sirena, y, bajo su encantamiento, olvida a Ana. Ella, que ha esperado tanto tiempo su retorno en vano, consumida por la pena y la angustia, muere, y pasa a formar parte de las villis. Por su parte, el padre de Ana, lleno de rabia y dolor, invoca a su hija para que vengue su ofensa y castigue al infiel por haber sido el autor del temprano ocaso de su vida.
Roberto retorna al pueblo, libre del encantamiento y lleno de culpa. El remordimiento, sin embargo, no alcanza para conmover a los espíritus. Ana se le aparece, desprovista de toda su dulzura inicial, y confirma sus peores pesadillas: ella ya no pertenece al mundo de los vivos, sino que engrosa el séquito de espíritus desdichados. Los espectros no tardan en ceñirse sobre la figura desesperada de Roberto y, la incitación al baile de casamiento al inicio de la obra se transforma, en el final, en una orden perversa: las villis, con Ana a la cabeza, ejercen su poder y castigan al amante incitándolo a bailar hasta la muerte.
La labor escenográfica de Francisco Martínez Allende en la versión actual en Buenos Aires apunta a un escenario despojado, sólo provisto de una estructura mínima. El diseño de vestuario de María Jimena Martínez Allende y Olga Pancot apunta en esta misma dirección, a contrapelo de la exuberancia, frecuente en las puestas más tradicionales del género operístico: las prendas y los elementos que se destacan son aquellos que cargan con el mayor peso simbólico. En este sentido, la entrega del vestido de novia de Ana –junto con las flores que lo cubrían– a su padre durante el funeral, es uno de los momentos más destacados de la obra: simbólicamente, el cuerpo de la joven, vehículo de un amor puro y virginal (ya que la unión matrimonial no fue consumada), es devuelto de esta manera a su progenitor en una escena de gran dramatismo actoral y musical.
La escena, desprovista casi de elementos, está al servicio de la expresión musical, tanto instrumental como vocal. En este sentido, tanto Stephanie Rivas (Ana) como Javier Suárez (Roberto) demuestran no sólo un gran dominio vocal sino también un gran compromiso interpretativo en sus roles, particularmente en sus arias (temas solistas). La actuación de Jorge Balagna (Guillermo, padre de Ana) es particularmente emocionante. El grito de dolor de su personaje reverbera en todo el teatro y tiene su eco en el gran aplauso del público al finalizar la función. Una mención especial cabe a Graciela Marchesi, a cuyo cargo está la narración, durante el intermezzo, de la perdición de Roberto a manos de la ondina en el bosque y la introducción de las villis a la historia. La narradora Marchesi es un personaje oscuro, ambiguo, que parece conocer ambos mundos y no habitar completamente ninguno, cuya voz terrible y desgarrada anuncia un destino trágico e inevitable.
La representación de Le Villi, sin embargo, excede lo que se pueda decir de las características formales de su puesta. El gesto de recuperar una obra casi olvidada de uno de los principales compositores del siglo XIX y uno de los más conocidos en la actualidad, habla de una vitalidad esperanzadora, de una voluntad juvenil de reelaborar lo conocido con nuevas perspectivas. Obras como esta nos recuerdan que el género tiene un lugar en nuestro presente y apuestas como esta hacen anhelar una mayor participación, diversa y entusiasta, de jóvenes artistas que, por fuera de las grandes temporadas de teatros convencionales, se animen a complementar el panorama de la ópera en la actualidad porteña.
¿Qué? Le Villi (ópera-ballet en dos actos de Giacomo Puccini).
¿Dónde? Sociedad Friulana (Navarro 3974, CABA).
¿Cuándo? El sábado 8 de julio a las 20:30 horas.
¿Cuánto? Entradas a $150.
Ficha Técnica: Ana: Stephanie Rivas y Elisa Calvo. Roberto: Javier Suárez y Manuel Ledezma. Guillermo: Jorge Balagna y Ignacio Agudo. Narradora: Graciela Marchesi. Dirección musical: Leandro Carlos Soldano. Dirección escénica: María Jimena Martínez Allende. Dirección de coro: Elizabeth Laura Franchi Llorca. Preparador musical: Juan Porcel de Peralta. Diseño de iluminación: Lautaro Romano. Diseño de vestuario: María Jimena Martínez Allende y Olga Pancot. Diseño de escenografía: Francisco Martínez Allende. Diseño gráfico: Clara Ferguson. Coreografía: Tamara Saufer y Sofía Pérez. Prensa: Analía Cobas y Cecilia Dellatorre. En italiano con sobretitulado en español. Duración: 60 minutos (con un intervalo de 15 minutos).