Mujer, sexo y Wagner

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Mujer, sexo y Wagner

La Wagner –creación del director y coreógrafo Pablo Rotemberg– al igual que una sinfonía, se estructura a través de distintos movimientos que son anunciados por micrófono. La potencia de la música del compositor alemán sirve como excusa para desafiar los estereotipos relacionados a lo femenino y al sexo.

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La sala está lle­na y en si­len­cio mien­tras se es­pe­ra que la obra co­mien­ce. La luz se vuel­ve te­nue y cá­li­da mien­tras que una mú­si­ca len­ta y sen­sual em­pie­za a so­nar. Poco a poco va­mos vi­sua­li­zan­do cua­tro mu­je­res que en una so­se­ga­da ca­mi­na­ta –si­mi­lar a una pro­ce­sión– ba­jan des­de una ga­le­ría has­ta el es­ce­na­rio. Sal­ta a la vis­ta la pri­me­ra ob­vie­dad: los cuer­pos es­tán des­nu­dos. Gra­cias al paso pau­sa­do y a la fal­ta de ropa po­de­mos apre­ciar como las ca­de­ras de las bai­la­ri­nas se me­cen al com­pás de los acor­des. Son cuer­pos para ser mi­ra­dos, para ser aca­ri­cia­dos con los ojos… pero esta apa­ci­ble be­lle­za no dura mu­cho.

Con­for­me la obra avan­za, los cuer­pos se re­be­lan con­tra esta ac­ti­tud vo­ye­ris­ta y ob­je­ti­vi­zan­te. Esto lo po­de­mos apre­ciar, por ejem­plo, cuan­do las cua­tro bai­la­ri­nas se sien­tan en el pros­ce­nio lle­van­do a cabo una úni­ca ac­ción: mi­rar al pú­bli­co. El efec­to es su­ma­men­te po­de­ro­so: al caer la cuar­ta pa­red –que per­mi­tía ser un ob­ser­va­dor inad­ver­ti­do– en­fren­ta al pú­bli­co con el he­cho de que él tam­bién pue­de ser ob­ser­va­do.

En el ba­llet ro­mán­ti­co, la bai­la­ri­na –ves­ti­da con fal­da de tu­les– se ca­rac­te­ri­za por una fe­mi­ni­dad eté­rea, se mue­ve como si su cuer­po fue­se li­viano y los mo­vi­mien­tos no le cos­ta­sen es­fuer­zo al­guno. Pero aquí no es­ta­mos en el ba­llet. La Wag­ner pro­po­ne mos­trar la exi­gen­cia des­bor­dan­te que im­pli­ca dan­zar du­ran­te se­sen­ta mi­nu­tos. Los mo­vi­mien­tos reite­ra­dos nos dan cuen­ta de que es­ta­mos fren­te a cuer­pos que tra­ba­jan, es de­cir, que po­nen en evi­den­cia las ac­cio­nes fí­si­cas y sus con­se­cuen­cias. Las bai­la­ri­nas son de car­ne y hue­so, por ende trans­pi­ran a cau­sa del des­gas­te fí­si­co. Cuan­do ellas se acer­can al mi­cró­fono po­de­mos apre­ciar el ago­ta­mien­to a tra­vés de su res­pi­ra­ción agi­ta­da.

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La Wag­ner se ale­ja de la mu­jer de la dan­za clá­si­ca ca­rac­te­ri­za­da por ser un ob­je­to de de­seo, quien, siem­pre des­de un plano pla­tó­ni­co, está he­cha a me­di­da del pla­cer mas­cu­lino. Aquí los cuer­pos se per­mi­ten sa­tis­fa­cer sus pro­pias pul­sio­nes, el sexo –te­má­ti­ca ya tra­ba­ja­da por Ro­tem­berg en sus pro­duc­cio­nes an­te­rio­res– es par­te sig­ni­fi­can­te de la obra. La se­xua­li­dad está aso­cia­da a un cos­ta­do ani­mal, a un jue­go de po­der en­tre do­mi­na­dor y do­mi­na­do car­ga­do de vio­len­cia. El plan­tea­mien­to que se hace es que en el sexo no hay pla­cer sin do­lor y hay pla­cer en el do­lor, como dos con­cep­tos in­di­so­cia­bles. El clí­max se al­can­za cuan­do se anun­cia “la vio­la­ción de Car­la Rí­mo­la”: este acto quie­bra la fic­ción ya que la bai­la­ri­na que es vio­len­ta­da por­ta ese mis­mo nom­bre.

La es­ce­no­gra­fía, que cons­ta úni­ca­men­te de cua­tro si­llas fo­rra­das con cin­tu­ro­nes y un mi­cró­fono de pie, acen­túa la vio­len­cia que la obra ema­na. Es en este es­pa­cio des­po­ja­do que las bai­la­ri­nas pro­du­cen mo­vi­mien­tos que se ca­rac­te­ri­zan por las caí­das reite­ra­das al sue­lo, los gol­pes au­to­in­flin­gi­dos y los pro­du­ci­dos por otros.

La obra con­clu­ye de la mis­ma for­ma que co­mien­za: con una ca­mi­na­ta. Sin em­bar­go, las mu­je­res de paso afel­pa­do que se ofre­cían a la ob­ser­va­ción se trans­for­ma­ron en se­res que, no sólo se ex­po­nen ante la mi­ra­da, sino que la de­vuel­ven. Es en una at­mós­fe­ra ba­ña­da por luz roja que po­de­mos apre­ciar la con­clu­sión de una me­ta­mor­fo­sis: ya no es­ta­mos en pre­sen­cia de mu­je­res de cor­te ro­mán­ti­co sino ante ver­da­de­ras val­qui­rias.

La obra pue­de ver­se to­dos sá­ba­dos a las 21 ho­ras en Es­pa­cio Ca­lle­jón (Hu­mahua­ca 3759) has­ta el 30 de ju­lio.

 

Fi­cha téc­ni­co ar­tís­ti­ca
Dra­ma­tur­gia: Pa­blo Ro­tem­berg
In­tér­pre­tes: Aye­lén Cla­vin, Car­la Di Gra­zia, Jo­se­fi­na Go­ros­ti­za, Car­la Rí­mo­la
Ilu­mi­na­ción: Fer­nan­do Be­rre­ta
Es­ce­no­gra­fía y ob­je­tos: Mau­ro Ber­nar­di­ni
Edi­ción mu­si­cal: Jor­ge Gre­la
Vi­deo: Fe­de­ri­co Las­tra, Fran­cis­co Ma­ri­se, So­le­dad Ro­drí­guez
Ban­da de so­ni­do: Jor­ge Gre­la, Phill Ni­block, Pa­blo Ro­tem­berg, Ar­man­do Tro­va­jo­li, Ri­chard Wag­ner
So­ni­do: Gui­ller­mo Juhasz
Fo­to­gra­fía: Pao­la Eve­li­na Ga­lla­ra­to, Juan An­to­nio Pa­pag­ni Meca, Her­nán Pau­los
Co­reo­gra­fía: Aye­lén Cla­vin, Car­la Di Gra­zia, Jo­se­fi­na Go­ros­ti­za, Car­la Rí­mo­la, Pa­blo Ro­tem­berg
Di­rec­ción: Pa­blo Ro­tem­berg

Karina Korn
Karina Korn
Licenciada y profesora en Artes Combinadas (UBA). En febrero fue seleccionada para participar en Talents Press Buenos Aires 2017. Fue premiada con la beca JIMA (Jóvenes Intercambio México Argentina) para estudiar en la Universidad Veracruzana. También fue seleccionada para participar del Programa País para el Festival de Cine de Mar del Plata (2015). Fue investigadora del Área de Investigación en Ciencias del Arte (AICA) a cargo del Dr. Jorge Dubatti y jurado del Premio Teatro del Mundo del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas.