Según la teoría de Edward Norton Lorenz, cualquier simple variación en un mismo escenario, puede llevar a situaciones completamente diferentes en el futuro. En esas variaciones no solo estamos implicados nosotros como seres humanos que actuamos, pensamos, decimos, sino que incluso el simple vuelo de una mariposa podría generar grandes cambios a largo plazo. No podemos saber cuál es el efecto provocado a menos que seamos saltamontes que rebotan en el tiempo y en el espacio, como propone una de las protagonistas de La sangre de los árboles. Y así –como si con decirlo bastara, como si la palabra por sí misma tuviera la capacidad de crear la realidad– los espectadores acompañamos tanto la(s) historia(s) de las protagonistas, como las variaciones provocadas por el efecto mariposa.
La obra de Luis Barrales centra el conflicto en dos mujeres que no saben si son o no hermanas. La respuesta irá variando según el instante espacio-temporal en que ellas habiten. Nosotros, como espectadores, también tenemos nuestras dudas: en un punto, ¿cómo podrían ser hermanas si son tan distintas entre sí? Al mismo tiempo, su relación amor/odio teñida de infantilismo es bien típica de los lazos fraternales.
Las actrices Victoria Césperes y Juana Viale se destacan al exponer sus cuerpos sobre el escenario y recorrerlo de forma precisa. Demuestran gran versatilidad al interpretar a estas mujeres en distintos momentos de sus vidas, sin siquiera un apagón que les permita realizar un corte espacio-temporal. Ambas deslumbran a los espectadores con el énfasis que ponen en la interpretación de los largos monólogos que caracterizan a esta obra.
A las interpretaciones se suma la música compuesta por la chelista Ángela Acuña e interpretada por Lucía Gómez. Funciona a la hora de crear clima e incluso se entromete cuando los personajes hablan, creando una especie de sinfonía a partir de las voces de las actrices y el sonido del chelo. Gómez también participa de la historia como una actriz pasiva que –aunque realiza pocos movimientos– expresa muchos sentimientos.
El vestuario y la escenografía son admirables. De simpleza aparente, se muestran perfectamente diseñados y pensados por Rocío Troc, quien también diseñó la iluminación de forma correcta. Asimismo, los colores elegidos son ideales para todas las situaciones, ya sea de tiempo o de espacio, que viven las protagonistas.
Párrafo aparte merece el trabajo de Luis Barrales. En primer lugar, el texto es de una riqueza total que se afianza sobre monólogos muy bien elaborados a partir del drama y del humor inteligente. No solo eso, sino que también denotan el trabajo de investigación en antropología, lingüística y biología que tuvo que realizar el autor para la dramaturgia. Respecto a la dirección, todo se muestra coordinado –lo cual no es sencillo– ya que los saltos en el tiempo y en el espacio de esta historia no lineal suceden en escena.
En suma, La sangre de los árboles es una obra que destaca los valores femeninos de poder y potencia, sin necesidad de recurrir en la visión naif de la mujer como dulce e inocente. Se trata de una obra ideal para las personas curiosas que se entretienen conociendo nuevos saberes, mientras disfrutan de un espectáculo de teatro bien físico.
Ficha técnico artística: Dramaturgia: Luis Barrales. Actúan: Victoria Césperes y Juana Viale. Músicos: Ángela Acuña. Vestuario: Rocío Troc. Escenografía: Rocío Troc. Iluminación: Rocío Troc. Música original: Ángela Acuña. Asistencia de dirección: Benjamín Villalobos. Producción ejecutiva: Laura Pouso. Jefe técnico: Pablo Caballero. Dirección: Luis Barrales.