Hay grandes escritores que son mundialmente reconocidos no sólo por sus novelas o poesías, sino por sus obras de teatro. Los nombres de Sófocles, Calderón de la Barca, Oscar Wilde y Roberto Arlt son familiares para cualquier conocedor de la mal llamada “cultura general”, pero un inglés se destaca por sobre los demás, casi como si de las entrañas de su pluma hubiera nacido el teatro mismo: William Shakespeare. En este sentido, no es ninguna novedad que tanto Lucía Imbrogno (editora de Letras en este bello portal) como quien escribe somos dos ñoñas supremas de la obra de este escritor nacido en la Inglaterra isabelina. Cualquiera que nos haya cruzado ha sido testigo de la emoción que nos ataca cuando hablamos de él.
Persuadidas por nuestro grupo de amigas, personas con una insaciable sed de cultura, no nos costó mucho darnos cuenta que queríamos compartir los años de estudio que pasamos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (una en Letras, la otra en Artes Combinadas) con otras personas. De lo otro que estábamos seguras era de que no queríamos abordar a Shakespeare de una forma académica, sino más bien desde un lugar lúdico y entretenido, parecido a las obras que queríamos compartir. Esto no significó en ningún momento que quisiéramos carecer de la rigurosidad o profundidad con la que habíamos estudiado al Bardo inglés, pero sí que queríamos sacudir los preconceptos que se tienen de su figura y su trabajo dramático. En resumen, queríamos hacer bardo, literal y metafórico.
Parte de la magia que nos atrapa en sus obras tiene que ver con el uso que Shakespeare hace del lenguaje de su tiempo, y nos interesó la posibilidad de encontrar estas marcas temporales en los textos dramáticos. Esto se contradice, en el saber popular, con una idea muy arraigada en la cultura que considera a Shakespeare como un grande de la literatura “universal”, que puede ser leído por niños o adultos de cualquier nación y en cualquier momento histórico. Sin embargo, descubrimos que la actualidad que encontramos en las obras de Shakespeare –y por ende, su estatus como clásico del teatro y de la literatura– pasa más por la lectura que hacemos de ellas, y no es una cualidad inherente al texto. Por ende, nos adentramos a las obras sabiendo que estamos frente a algo producido para un cierto momento, y lo aceptamos como tal. En este sentido, saber inglés es un plus, ya que permite disfrutar de los juegos de palabras y el manejo de la retórica con la que los personajes se deslizan a lo largo de la trama.
De esta manera decanta el nombre que le dimos al taller: Haciendo Bardo implica tanto el abordaje de las obras teatrales y de la polémica figura de Shakespeare, como del desafío por cuestionar lo establecido y proponer nuevas categorías de lectura con las que considerar dicha producción.
Como ya se dijo, ambas somos unas apasionadas del teatro isabelino, pero entendemos que introducirse desde lo histórico puede resultar más complejo de lo que parece, sin una guía apropiada por el sinuoso recorrido de dinastías reales y sucesos sociales. Por lo tanto, y en consonancia con la idea de realizar un taller entretenido, relacionamos la obra del Bardo con algunas de las adaptaciones cinematográficas y teatrales que se han hecho, e incluso con otras ficciones que no parecen tener nada que ver, al menos directamente. Así terminamos hablando de Game of Thrones, House of Cards, Thor y cómics, por mencionar algunas.
Durante 2016, Haciendo Bardo se ofreció a la comunidad dentro de la plataforma de cursos y talleres de hornoCerebral, un grupo de personas cuya unión se basa en el interés de aplicar los conocimientos adquiridos en la universidad a ámbitos más relajados y descontracturados. Haciendo Bardo tomó la forma de tres módulos de dos clases cada uno, distribuidos en tres meses, en los que leímos y abordamos Ricardo III, Hamlet y Macbeth. Para este 2017 tenemos pensado en continuar con el taller pero innovar en la forma de darlo, para que podamos hacer mucho más bardo.
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