De una forma u otra, lo paranormal siempre se las ha ingeniado para hacer acto de presencia en los escenarios del mundo desde épocas muy remotas. Brujas habrían maldecido la obra Macbeth de William Shakespeare por no estar conformes con cómo fueron personificadas por el dramaturgo inglés, por lo cual no se la debe nombrar dentro de un teatro más que como “La obra escocesa”. De cualquier manera, lo sobrenatural parece ser una constante en la historia del teatro, y es por ello que no debe espantarnos que los edificios dedicados a las artes escénicas más famosos del mundo escondan historias de fantasmas detrás del telón.
A la hora de pensar en fantasmas de teatro, Andrew Lloyd Webber hizo un gran trabajo en fijar en nuestras mentes a un hombre vestido de traje, capa, sombrero y una máscara que cubre su rostro… también conocido como El fantasma de la ópera. La novela original de Gaston Leroux (Le Fantôme de l’Opéra), sin embargo, habría tomado hechos reales como material de inspiración: el opulento candelabro que ilumina los cielos del Teatro Palais Garnier realmente se habría caído en 1896, matando a un obrero y, según se rumorea, de verdad existió un muchacho deforme llamado Erik que ayudó a construir el edificio mientras vivía en un departamento subterráneo. Aunque su cadáver nunca se encontró, algo que sí está en la novela de Leroux fue hallado en los sótanos del teatro… en 2007: una colección de grabaciones fonográficas de algunas de las cantantes más famosas de la Ópera de París.
En Londres, el teatro más antiguo que aún funciona es el Drury Lane, y se dice que también es el más embrujado. La aparición de cualquiera de sus numerosos fantasmas es señal de buena suerte para los actores o la producción. El espectro más renombrado es el “Hombre de gris” (Man in Grey), un hombre joven vestido de traje gris y sombrero de tres puntas, a la manera de un lord inglés del siglo XVIII. A lo largo de su historia muchos actores, técnicos responsables, bomberos y funcionarios del teatro han sido testigos de una visita de este particular personaje, que casi siempre se materializa en el círculo superior del teatro y camina hasta desaparecer a través de una pared. En 1870 se realizaron restauraciones en el edificio, y para desconcierto de muchos, detrás de dicha pared encontraron el esqueleto de un hombre vestido con restos de tela gris… y un puñal clavado en el pecho. Mucho se especuló al respecto de su identidad, como que fue un joven que se ganó el afecto de una actriz del teatro y que fue asesinado por su amante en un ataque de celos. Sea como fuere, aparenta ser un fantasma agradable que gusta de apoyar con su presencia a algunas de las obras más exitosas del legendario Drury Lane.
Otros de los habitués recurrentes del Drury Lane son los fantasmas del actor Charles Macklin y del payaso Joseph Grimaldi. El primero suele presentarse tras bambalinas, y deambula por el corredor donde en 1735 asesinó a su compañero de elenco Thomas Hallam al discutir por una peluca; el segundo, por su parte, realizó gran parte de su carrera en el Drury Lane. Durante sus años como actor, Grimaldi perfeccionó el arte de la pantomima a tal punto que se lo considera el primer clown moderno; fue también quien popularizó la característica cara blanca con cachetes colorados y nariz roja de los payasos. Fue en dicho teatro donde realizó su función de despedida, por lo que es sólo lógico que después de su muerte continúe apareciéndose sobre las tablas que lo vieron crecer profesionalmente. Sus apariciones son más bien sentidas que vistas: le gusta guiar a los actores que están nerviosos en escena. En 1948, la actriz Betty Jo Jones estaba haciendo un catastrófico trabajo en una versión de Oklahoma cuando, según sus propias palabras, sintió unas manos invisibles que la guiaban en diferentes posiciones a través del escenario durante toda la función. Su performance fue descripta luego como impecable, pero la actriz no se aprovechó del elogio, sino que le dio el crédito al gran maestro payaso.
El continente asiático tampoco carece de historias de terror. El Teatro Huguang Huiguan se inauguró en 1807 como parte de un complejo de edificios tradicionales que incluían una casa de ópera y un museo, y es uno de los sitios más famosos de Pekín. Durante la Segunda Guerra Mundial, a un filántropo se le ocurrió construir casas para los pobres cerca del teatro… y según los fanáticos del terror, debió levantar un antiguo cementerio en el proceso. Hasta estos días se escuchan, supuestamente, gritos y lamentos de los desmembrados cuerpos en el patio del teatro.
Las historias de fantasmas suelen estar atravesadas, de un modo u otro, por la tragedia. Este es el caso de Olive Thomas, cuya vida podría bien ser la trama de un musical de Broadway: llegó a Manhattan a los dieciséis años y rápidamente se convirtió en miembro de las “Ziegfeld Follies”, artistas de una serie de revistas musicales del mismo nombre. A los veintidós años contrajo matrimonio con Jack Pickford, hermano de la famosa estrella de cine silente Mary Pickford, y fue durante unas vacaciones con su marido que ocurrió lo peor: accidentalmente ingirió pastillas de mercurio y murió a la edad de veinticinco años. No pasó mucho tiempo hasta que los empleados del Teatro New Amsterdam de Nueva York comenzaron a ver su espectro paseándose por los corredores, vestida con el atuendo de las Follies y con una botella de pastillas azules. Sin embargo, Nueva York gusta de tener a otros fantasmas teatrales famosos en su repertorio: se dice que Judy Garland –¡sí, Judy Garland!– suele aparecerse cerca de la puerta del foso de la orquesta en el Teatro Palace, donde tuvo la oportunidad de lucir su talento en la década de 1950.
Como no podía ser de otra manera, la Ciudad de Buenos Aires también tiene sus propias leyendas y mitos. En este sentido, el Teatro Maipo es quizás uno de los más populares por sus habitantes espectrales. Incluso su actual dueño, el productor Lino Patalano, está convencido de la existencia de estos seres, a tal punto que la página oficial del teatro goza de un apartado firmado por Elio Marchi donde se relata –orgullosamente– la historia de los fantasmas. El “Primer Fantasma del Maipo” (como lo bautiza Marchi) tomó su lugar a raíz del segundo incendio que sufrió el teatro, el 06 de septiembre de 1943:
(…) mientras todo el mundo corría hacia la calle, un actor de reparto de apellido Radizzani volvió a entrar al Teatro en llamas porque había olvidado en el camarín el sobre con su sueldo. Algo nada aconsejable si se compara el valor de una vida, con el del dinero que podría haber en ese sobre, tratándose de un actor de reparto, claro. Radizzani fue asfixiado por el humo y resultó la única victima del siniestro. Si esto no es un revés tremendo, que alguien me lo diga. Este desgraciado suceso, convirtió a Radizzani en el fantasma más antiguo del Maipo.
Muchos años después, Luis Cáceres llegó con veinticinco años a trabajar como asistente de maquinistas. Se lo describe como prolijo y responsable, limpio y ordenado, puntual y eficiente: era el primero en llegar y el último en irse. No tenía familia y vivía en un cuarto de una pensión cerca del teatro. La dedicación a su labor era tal que incluso había decidido que toda indemnización que él no pudiera cobrar, fuese donada al Sindicato de Maquinistas. Luego de trabajar durante treinta y cinco años en el Maipo, una visita al médico le reveló una enfermedad terminal. Sin embargo, no cambió su rutina de trabajo, ni siquiera en su último día: llegó un sábado de 1985 al teatro vestido elegantemente, realizó sus labores habituales y a las seis de la tarde se suicidó colgándose de una viga de hierro en los techos del teatro.
Ambos fantasmas, Cáceres y Radizzani, se convirtieron así en los fantasmas oficiales del Teatro Maipo, y numerosos actores –entre ellos Enrique Pinti y Norma Leandro– no sólo los habrían visto, sino que también habrían charlado con ellos.
Como hemos visto, no cualquier persona puede convertirse en un fantasma de teatro: es condición indispensable haber tenido algún tipo de relación íntima y estrecha con la sala, o haber sufrido una tragedia dentro del recinto teatral a tal punto de decidir pasar toda la eternidad vagando por el escenario, las butacas, los camarines y las bambalinas. El teatro, como un lugar mágico donde confluyen varias temporalidades –la de los actores en escena y la del público en las butacas–, es por ende un lugar perfecto para la existencia de seres de otra dimensión. Así que a no olvidarse: la próxima vez que anden por un teatro, estén atentos al fantasma que los está espiando desde un rincón.