Ni bien ingresamos a la sala, algo llama poderosamente la atención: el escenario contiene las paredes de un dormitorio en penumbras, como una gigantesca casa de muñecas para una niña real. Ella, la protagonista de esta historia, ha decidido encerrarse en la habitación cansada del mundo de los adultos. La niña/púber creará su propio universo de fantasía: un lugar, en síntesis, que siga sus propias reglas y que la acepte tal cual es. La historia está estructurada como si el público estuviera leyendo su diario íntimo, excepto que, en vez de escribirlo, la niña se filma y proyecta el video sobre la pared de la habitación. La dramaturga y directora María Emilia Franchignoni se inspiró en un concepto japonés llamado hikikomori para delinear a la niña/púber; lo que la afecta es un síndrome de aislamiento que sufren los jóvenes atravesados por la tecnología y la tristeza en las grandes ciudades.
La obra es un unipersonal, lo que significa que la actuación está sostenida pura y exclusivamente por Manuela Fernández Vivian. La actriz hace un trabajo notable al encarnar a la protagonista, pero a su vez, también a los sucesivos personajes que se han cruzado en el camino de esta niña. En su encierro, la niña narra historias del mundo exterior, que refieren a la visión que ella misma tiene sobre su madre, su maestra, su amiga más grande; en definitiva, habla sobre cómo vemos los adultos el mundo, y cómo vemos la infancia.
Por su parte, la dramaturga encontró en viejos manuales de la década de 1960 –que enseñaban a las niñas a convertirse en “mujeres ejemplares– la inspiración para escribir esta obra, ya que muchos de los mandatos todavía tienen una vigencia alarmante. La madre de la niña y su profesora de catequesis son, quizás, los personajes que más reflejan el pensamiento de estos libros de conducta: la madre continuamente se exaspera cuando su hija no encaja con el modelo de “niña de bien” y la insta a ir a clases para tomar la primera comunión, donde debe aprender que ceder ante los deseos del cuerpo es pecado. Estos manuales pretendían instalar una zona de confianza y cercanía al redactar sus doctrinas en forma de consejos, y abarcaban un amplio rango temático: desde cuestiones de higiene y estética personal, hasta formas de alimentación, preceptos tras los cuales asomaba la doctrina de que la figura delgada era sinónimo de buena salud.
El soliloquio interior se transforma desde el momento en el que la niña/púber toma la filmadora y se convierte en, además, niña/cámara. El trabajo de actuación y filmación de Fernández Vivian es exquisito, y revela un intenso trabajo previo para lograr el ritmo y la sincronía necesarios para el relato. La proyección de lo filmado sobre la pared obliga al espectador a preguntarse exactamente dónde está la acción: ¿es en la niña/cámara que se filma, o en la niña/púber que está sobre el lienzo blanco? Casi como en la vida misma, ¿hacia dónde tenemos que mirar? Asimismo, la puesta utiliza efectos de luz y mapping multimedial –o sea, la proyección de una animación o imagen sobre una superficie real, como suelen hacer sobre la fachada del Teatro Colón– para terminar de dar forma al onírico universo del dormitorio, y garantizan una experiencia sensorial para el espectador.
La obra habla sobre la educación de la mujer –la de ayer y la de hoy–, pero también sobre lo perjudicial de la infancia, un lugar al que los adultos consideramos como idílico. El paso de la infancia a la adolescencia es una etapa solitaria y dolorosa en la que confluyen numerosas problemáticas. El cuerpo se rebela y deja responder a nuestros designios; incluso deja de sentirse “nuestro” y comienza a responder a estímulo que antes no eran una cuestión. Por ello la niña se narrará a sí misma al filmarse, en un intento de entender el mundo que la rodea y entenderse.
“La preadolescencia es una especie de categoría en suspenso, un limbo bastante solitario: una púber no pertenece a una determinada clasificación social (no es niña ni adulta), de ahí que se vuelva tan crucial la necesidad de pertenencia”, dice Franchignoni. Y ese pequeño cuarto, ese universo fantástico creado por la protagonista, también se convertirá en un lugar suspendido en el tiempo… al menos hasta que deje de ser una niña/púber.
Por Delfina Moreno Della Cecca
¿Qué? El nombre de la luna.
¿Cuándo? Los sábados a las 21 horas (hasta el 03 de diciembre).
¿Dónde? En el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549, CABA).
Ficha técnico artística
Dramaturgia: Maria Emilia Franchignoni.
Actúan: Manuela Fernández Vivian.
Vestuario: Magda Banach.
Escenografía: Noelia Gonzalez Svoboda.
Iluminación: Claudio Del Bianco.
Multimedia: Matías Fabro.
Diseño gráfico: Sergio Calvo.
Asistencia de iluminación: Facundo David.
Asistencia de dirección: Nadia Pereyra.
Prensa: Marisol Cambre.
Producción: Fabio Petrucci.
Dirección: Maria Emilia Franchignoni.