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Danza murguera: bella, libre y desordenada

Se va febrero y tras él quedan los banderines que colorearon los barrios en las noches de carnaval, donde la calle le da espacio a los cuerpos como nunca en el año, donde algo sucede más allá del prejuicio que no nos permite acercarnos a una expresión —la murga porteña— que tiene mucho para decirnos sobre nosotros mismos.

Murga Guido Piotrkowski Portada

Fotografía de Guido Piotrkowski

Tal vez nin­gu­na otra dan­za le que­de me­jor a las chi­cas de Bue­nos Ai­res que la dan­za de la mur­ga. Les que­da bien, ni más ni me­nos que eso. Cuan­do ves a la vein­te­na de pi­bas bai­lar en el cor­so del ba­rrio, te das cuen­ta que ese bri­llo tan ca­rac­te­rís­ti­co pro­vie­ne de un cuer­po que hace algo que le es pro­pio, ge­nuino, que no si­mu­la, que no se preo­cu­pa, que no ne­ce­si­ta al­can­zar le­gi­ti­mi­dad en la co­pia —siem­pre a me­dio pelo— de una dan­za que cul­tu­ral­men­te no le per­te­ne­ce.

Por eso, esta dan­za apa­ren­ta ser tan fá­cil y or­gá­ni­ca: por­que es la for­ma más pro­pia que es­tos cuer­pos ci­ta­di­nos, acos­tum­bra­dos a tran­si­tar en­tre mi­les de otros cuer­pos, en una ciu­dad que se des­li­za ve­loz y vio­len­ta­men­te, en­con­tra­ron para ex­pre­sar­se. Es una dan­za de des­car­ga, sos­te­ni­da en los búm búm de los bom­bos y pla­ti­llos, que sale por las pier­nas y los bra­zos; pero es tam­bién una dan­za de de­ta­lles que se de­ve­lan en la mi­nu­cio­si­dad de cier­tos re­co­rri­dos de los pies, en la elec­ción y el bor­da­do de cier­tos sím­bo­los que lu­cen las le­vi­tas.

Es tam­bién —y esto no es poca cosa— una dan­za de hom­bres. Son po­cos los es­pa­cios que los hom­bres tie­nen para bai­lar, y en la mur­ga, bai­lan de ver­dad. Se pue­de per­ci­bir el dis­fru­te, el de­seo, la ale­gría y la agi­ta­ción del cuer­po sien­do y di­cien­do, siem­pre en­tre otros, siem­pre con otros. Y este otro as­pec­to, el de la so­cia­bi­li­dad que le es pro­pia a la mur­ga, tam­po­co es me­nor. Es una dan­za de mu­chos: de ni­ños, ni­ñas, hom­bres, mu­je­res, tra­ves­tis, vie­jos y vie­jas, en don­de pa­re­cie­ra ha­ber lu­gar para to­dos y to­das. Esa gru­pa­li­dad en la dan­za, tam­bién per­mi­te un es­pa­cio para la in­di­vi­dua­li­dad, tan­to para el mo­vi­mien­to como para el di­se­ño y ela­bo­ra­ción de los ves­tua­rios.

Murga Guido Piotrkowski

Fotografía de Guido Piotrkowski

Los con­tra­pa­sos que rea­li­zan los pies, la vi­bra­ción de los hom­bros, el mo­vi­mien­to de la ca­de­ra, el la­ti­gueo de los bra­zos que pro­vie­nen del mo­vi­mien­to de la pel­vis, su­ma­do a los sal­tos y pa­ta­das, a la ex­pre­si­vi­dad del uso de las ma­nos (vis­to­sa­men­te en­fun­da­das en guan­tes) y a la in­cor­po­ra­ción de la ga­le­ra como un ob­je­to con el qué bai­lar, ha­cen de la mur­ga una dan­za ab­so­lu­ta­men­te úni­ca, rica, com­ple­ja, acro­bá­ti­ca, que se re­pi­te en de­ce­nas de cuer­pos dis­tin­tos en cada pre­sen­ta­ción.

Du­ran­te esta per­fo­man­ce que tie­ne como es­pa­cio es­cé­ni­co a la ca­lle (un dis­po­si­ti­vo al ras que per­mi­te con­tem­plar la dan­za —al otro— en un mis­mo plano), el ojo del es­pec­ta­dor via­ja li­bre­men­te de un cuer­po a otro, sin una je­rar­qui­za­ción ni una in­di­ca­ción de lo que hay que ver. Su­po­ne así un es­pec­ta­dor ac­ti­vo que re­co­rre vi­sual­men­te un es­pa­cio di­ná­mi­co y he­te­ro­gé­neo, en el que los bai­la­ri­nes tran­si­tan li­bre­men­te y de­ci­den dón­de y en qué mo­men­to des­ple­gar su dan­za, ha­cien­do del ca­mi­nar en la es­ce­na no una au­sen­cia de mo­vi­mien­to, sino un ele­men­to más re­la­cio­na­do al cuer­po y al es­pa­cio.

Así se pre­sen­ta, si nos ani­ma­mos de ale­jar por un rato el pre­jui­cio, la dan­za de la mur­ga: un mo­vi­mien­to be­lla­men­te des­or­de­na­do, ge­nuino, or­gá­ni­co, ex­pre­si­vo, que ge­ne­ra es­pa­cios para ser vis­to de mu­chas ma­ne­ras. Pero tam­bién y so­bre todo, como un es­pa­cio de des­car­ga ener­gé­ti­ca y cor­po­ral, y fun­da­men­tal­men­te como un es­pa­cio de re­sis­ten­cia po­lí­ti­ca y cul­tu­ral. Una rica ex­pre­sión po­pu­lar que, como un es­pe­jo, nos re­cuer­da du­ran­te un mes en­te­ro, cada año, to­dos los años, de qué es­ta­mos he­chos.

Dinah Schonhaut
Dinah Schonhaut
Es Licenciada en Artes del Movimiento (UNA). En relación a la comunicación, fue directora de la revista digital de arte y cultura afro Quilombo!, en donde produjo eventos artístico culturales y cortos audiovisuales. Además, creó el sello editorial Q! con el que publicó autores independientes y el libro de su autoría 'Al mar y la noche'. Se desempeñó como coordinadora editorial en Ediciones Fundación vittal, publicando libros de artistas plásticos contemporáneos. Como bailarina, fue intérprete de obras de danza y danza teatro, dirigió y bailó el video danza Metal Líquido y la obra Mar De(s)fondo.