Nacido en Argentina en 1954, perteneció a la Comuna Baires hasta que tuvo que exiliarse en Italia luego de que un compañero fuese secuestrado y torturado por grupos paramilitares. En Europa creó el colectivo Tupac Amaru y posteriormente su participación en el Odin Theatre lo trasladó a Dinamarca. En 1991, Brie decidió volver a Latinoamérica pero en lugar de radicarse en su país natal fundó en Yotala, Bolivia, el Teatro de los Andes. Es durante este período que crea diversas obras dentro de las cuales se encuentran Ubú en Bolivia y En un sol amarillo, así como su versión personal de La Ilíada y La Odisea. En estos años Brie también incursionó en el ámbito cinematográfico con dos documentales que retratan las injusticias sufridas por los campesinos bolivianos. Actualmente vive en Italia junto a sus hijas aunque en este momento se encuentra en Argentina presentando cuatro propuestas teatrales: El paraíso perdido, trabajo creado con un grupo de artistas de entre 20 y 30 años sobre la adolescencia; Fui, un unipersonal que indaga los paradigmas familiares utilizando algunos acontecimientos de la vida del director; ¿Te duele?, obra que expone imágenes sobre la violencia de género; y La voluntad, donde se revisa la vida y pensamiento de Simone Weil.
¿Por qué decidiste volver a Argentina en este momento?
Porque es mi tierra; yo me fui de aquí a los diecinueve años y sólo volví a trabajar pero nunca más a vivir ya que estuve radicado veinte años en Bolivia, Dinamarca e Italia. Luego, porque aquí tengo amigos, es mi idioma, mi tierra y me siento… no sé si puedo decir que me siento feliz pero sí vivo y eso vale la pena. Para un actor, hablar el propio idioma es fundamental y para un artista escribir en la propia lengua es importante. Yo escribo indiferentemente en italiano y en español, pero el castellano me toca mucho más adentro.
¿Cómo encontrás el ámbito cultural en Buenos Aires?
Está fuertemente golpeado por la crisis económica. Estos meses han puesto en riesgo a varios teatros independientes por el encarecimiento, lo que implica que los costos suben e impactan en el precio de las entradas. Pero, desde el punto de vista cultural, este es un país y una ciudad donde cada uno corre su riesgo aunque se caguen de hambre. Nadie pide permiso, todos hacen lo que quieren hacer y lo logran –sin recursos probablemente y de modo muy duro– pero lo logran. Eso es maravilloso. Respecto con lo que ves en Europa esto es mucho más lindo.
¿Cómo fue el proceso creador de El paraíso perdido?
Yo llegué con un montón de preguntas que las respondían los chicos, primero con juegos verbales y después con imágenes. Por ejemplo, les preguntaba “¿dónde está el paraíso perdido?” y me respondían “en la infancia, en el bolsillo, en el grito de mamá, en los cabellos negros, en una mujer sentada en un bar sola, en una espalda que se aleja”. Podemos decir lo que queramos, pero después quiero verlo en imágenes. Esas historias –junto con otras que inventé– se transformaron en imágenes que fui uniendo metafóricamente para escribir el texto. Tomé historias de ellos, las sinteticé o las hice más largas, las podé, y así hice un texto que es un mapa de una generación.
¿Por qué elegiste tratar la adolescencia como tema?
Porque ahí te falta todo: perdés la infancia pero tampoco sos un adulto, es un momento de pasaje muy duro… es adolecer: Yo no viví mi adolescencia, mi papá murió cuando tenía quince años, jugaba a la bolita cuando tuve que empezar a trabajar. Hacía lo que hacía mi papá: llevaba dinero a mi familia y me levantaba temprano para prepararle el desayuno a mis hermanos. Yo no era el mayor, era el segundo, pero fui el que reaccionó de de ese modo… por eso me interesa esa adolescencia.
Algo que me llamó la atención fue que el público al que está dirigida la obra es uno joven, y la función a la que asistí en su mayoría eran personas de más de sesenta años.
Estamos teniendo un período de muchos ancianos que ven la obra y es maravilloso, porque es como si la vieran los abuelos. La obra les encanta a los chicos, pero los viejos se divierten en las partes más zafadas y se conmueven en la parte donde se sienten abuelos. Yo creo que si “tocáramos” algunos colegios tendríamos un público más joven. Los jóvenes van menos al teatro porque tienen menos dinero, pero yo creo que es una obra de 8 a 90 años.
¿Podría decirse que Fui también es un paraíso perdido?
Sí, pero desde otro ángulo. Hice dos paraísos perdidos y de algún modo me tomó tres años unir las cuerdas entre ambos. La historia no es absolutamente verdadera, hay muchas cosas que no me ocurrieron a mi. Indagué sobre los paradigmas de la familia y del amor, y las cosas que no me correspondían las coloqué como si fuesen parte de mi biografía. Mi abuela no era esta mujer hermosa a la que todos le decían piropos. La idea surgió cuando un día pregunté a mis alumnas de un taller cuáles son las cosas que les dicen los hombres en la calle. En las respuestas salió un nivel de vulgaridad atroz. Entonces ese acoso sexual –que no estuvo presente en mi y en mi familia– tiene que aparecer porque nos toca a todos, así que inventé la abuela tipo Sofía Loren. Recuerdo cuando mi hermanita –que en ese momento tenía catorce años– volvió a casa la primera vez que le dijeron una grosería en la calle. Volvió llorando, no sé qué le dijeron pero para ella fue traumático ser vista como carne, como un objeto y no como persona. Decidí que todos esos paradigmas debían entrar, por eso creé una falsa historia. Un 60% son cosas verdaderas y un 40%, inventadas. Al igual que la escena de la matrioshka, esa línea de descendencia me la inventé para hablar sobre la migración.
Cuando estaba releyendo tus textos encontré este fragmento de tu Reflexión lírica-práctica sobre el actor:
La técnica del actor es un largo desnudarse
hasta llegar al alma,
el recurso del cuerpo y de la voz
para lograr la transparencia.
Para ser humano.La memoria:
Quién recuerda, testimonia.
Cada artista, cada actor
testimonia al mismo tiempo arte, muerte y vida.
La vida que recuerda,
la muerte que lo atraviesa,
el arte que se revela entre ambas.
Trabajo de memoria fuerte.
Me hizo pensar mucho en el trabajo de autoindagación que hacés en Fui.
No me lo recordaba. Yo he hecho tres obras que son muy íntimas: Sólo los giles mueren de amor, La mar en el bolsillo y Fui. La mar en el bolsillo se escribió después de que me separé de mi primera esposa. Fui la creé hace muchos años, luego de mi segundo fracaso familiar, por ende al final quedaron dos obras de estas cosas. Con mi primera esposa hice un par de obras maravillosas y con la segunda también. Con ambas creé, con ambas naufragué y de ambos naufragios surgió una obra. Quizás eso es lo que me salva, el arte es el mejor de los psicólogos. El arte te obliga a comprender. Todos los artistas, tienen al menos una obra autobiográfica.
¿Es por eso que elegís tocar temas tan personales en tus obras?
A veces necesito sacarme los dolores. De vez en cuando me es necesario descomprimir, por eso hago obras a modo de curarme las heridas y para hacer cuentas con mis errores. El arte tiene esa gran virtud, la belleza te permite ver las cosas a fondo. Yo me separé hace tres años de mi mujer por elección de ella –yo no lo quería– y recién ahora estoy empezando a escribir sobre eso. Tengo que sacarme ese dolor a través de una obra, necesito hacer un dialogo entre un hombre y una mujer donde se plasme todo lo que yo pensé, sentí, viví, pienso, siento y vivo respecto a eso. Sobre qué es la fidelidad, la lealtad, la traición, la verdad, el amor, qué es faltar o conservar la palabra. Todo eso tiene que aparecer. Tengo que volver a todos esos temas en mi obra. Es doloroso pero necesario. En el arte hay que ir a fondo y cuando vas a fondo te conocés mejor. Los artistas son quienes no les basta con vivir y necesitan hacer obras… como los poetas.
Además de la memoria individual, muchas de tus obras tienen un contenido social muy fuerte.
La función individual es social. Si yo le toco el corazón a alguien en su propia vida personal, estoy tocándolo en un modo colectivo porque esa individualidad compartida es social. Estoy convencido de que lo íntimo es social, por ejemplo: a través de Héctor y Andrómaca hablo de todas las parejas separadas por la guerra, y con Aquiles y Patroclo toco el dolor de todos los amigos que se pierden en los conflictos bélicos. No tenemos que pensar que algo que es íntimo no es social, sino más bien todo lo contrario. Yo no hablo nunca en general y no hago teatro político. No intento bajarle línea a nadie, lo que quiero es mostrar la esencia de las cosas y después el público decide. Hice una obra sobre la masacre de Pando que se llama Árbol sin sombra y ahí cuento la historia de una matanza, pero lo hago para darle nombre y apellido a cada persona. También cuento lo que me pasó a mí como parte de esa investigación: perdí mi teatro allá en Bolivia.
El universo está en tu aljibe. Si vos miras en un aljibe –en casa tenía dos– de noche ves reflejadas las estrellas: es algo que está dentro de la tierra, dentro de tu jardín, profundamente radicado en donde estás y ahí se refleja el universo. No podés hablar en general de universo, tenés que ir a algo particular para que se refleje el universo, por eso ves siempre que los grandes escritores escriben siempre sobre algo particular.
¿Por qué elegiste indagar en la vida de Simone Weil en La voluntad?
Simone me cambió la vida como personaje, con su pensamiento y su obra. Quería sobre todo que la gente la leyera, ya que nadie la conoce. Ella fue inmensa y tan poco considerada, por eso conté su vida pero también su pensamiento intentando no banalizarlo.
¿Cómo se instaura la generalidad de la que hablaste antes con lo particular de la figura de Simone?
Por ejemplo, hay un fragmento de un texto de Simone en el cual se habla del trabajo, de los desocupados y de la generación de trabajadores que sabe que no tendrá ningún porvenir. Eso es muy actual hoy en día. Mientras lo recita, la actriz transforma su cuerpo en un engranaje o un robot que está obligado a trabajar mientras dice el texto. Cuando hablamos de seguridad tenemos que hablar de eso, ya que cuando a la gente le sacás la esperanza tiene que andar por caminos dolorosamente equivocados.
Para encarnar a Simone elegiste a Florencia Michalewicz. Ella está entrenada mayormente con técnicas circenses. ¿Cómo fue trabajar con una persona que no proviene del campo estrictamente actoral?
Maravilloso. Ella era amiga de mi sobrina y veía mis obras cuando era chica. Se anotó en un taller y sabe manejar el cuerpo espléndidamente. Pensé: “a esta chica no tengo que enseñarle nada sobre el cuerpo, sólo a hablar, a crear imágenes, a improvisar” y cuando iba a venir con la obra, la llamé y le pregunté si se animaba a hacerla. Le mandé el video de la obra hecha en Italia, le dije “aprendete el texto y las acciones para cuando llegue” y en dos semanas ya estaba.
RECOMENDACIONES
Obras de teatro: El loco y la camisa de Nelson Valente, Prueba y error de Juan Pablo Gómez, El fulgor argentino del Grupo de Teatro Catalinas Sur, El Bululú de Leticia González De Lellis y Osqui Guzmán.
Películas: El ciudadano ilustre (Gastón Duprát y Mariano Cohn, 2016) y El invierno (Emiliano Torres, 2016).
Literatura: Las poesías de Wisława Szymborska, El mar que nos trajo de Griselda Gambaro, Ask to the Dust de John Fante y Poesía Vertical de Roberto Juarroz.