El abrazo de la serpiente está Inspirada en los diarios de viaje de los primeros exploradores del Amazonas colombiano: el etnógrafo alemán Theodor Koch-Grünberg (1872–1924) y el biólogo estadounidense Richard Evan Schultes (1915–2001). Las dos historias tienen en común no sólo el lugar dónde sus aventuras acontecen sino también la búsqueda de la yukruna, planta milenaria de propiedades medicinales considerada por los nativos como un regalo de los dioses. A lo largo de su travesía son ayudados por Karamakate, chamán y último representante de una tribu extinta, quien acompaña a los extranjeros en su recorrido y -a su vez- los adentra en los saberes de su pueblo.
Entre el viaje de Grünberg y el de Schultes hay cuarenta años de diferencia, sin embargo, ambas historias no son presentadas una a continuación de la otra, sino más bien entremezcladas de forma tan sutil que se le exige al espectador estar atento para poder percibir el cambio de focalización. El hecho de que la mayoría del film está filmado en blanco y negro colabora para lograr este efecto al mismo tiempo que remite a la estética de las antiguas fotografías. El paso del tiempo no es una obviedad en la selva ya que el paisaje a simple vista parece no haberse modificado, el fluir del tiempo se expresa más bien en los cambios de las personas que la habitan. El Karamakate de la década de los cuarenta, no sólo está envejecido físicamente, sino que su capacidad para recordar las tradiciones de su gente está considerablemente afectada.
A lo largo del film se evidencia reiteradas veces los estragos que causa el hombre blanco tanto a los indígenas como al medio ambiente. La crítica al colonialismo está presente principalmente en la boca de Karamakate, quien constantemente reprende la conducta de los foráneos que otorgan un valor utilitario a todo ignorando el carácter sagrado de la naturaleza. Esto se ejemplifica poderosamente en los extranjeros que entienden al Amazonas como un negocio sumamente rentable debido a la abundancia de caucho y a la mano de obra barata que representan los aborígenes esclavizados. El hombre occidental se maneja con dólares, aunque –como Karamakate bien le recuerda a Schultes– el sabor de los billetes es bastante feo. Otra muestra de conducta reprobable está encarnada en la Iglesia quien –en nombre de domesticar al “buen salvaje”– causa daños irreparables.
Si bien los valores occidentales son fuertemente cuestionados, la película no cae en una sobrevaloración de la tradición indígena por sobre el mundo moderno. “No les puedes impedir aprender, el conocimiento es todo” le reprocha Karamakate a Grünberg cuando él se rehúsa a regalar su brújula con el pretexto de que si los aborígenes aprendiesen a usarla perderían la técnica de navegación en base a la dirección del viento y la ubicación de las estrellas. El saber es compartido de forma bilateral, al mismo tiempo que Grünberg les enseña a los locales dibujos de animales inexistentes en América Latina, él retrata en su cuaderno el nuevo mundo que lo rodea con el fin de mostrárselo a sus compatriotas en un futuro. “Este es mi conocimiento, esto no es muerte, es vida” afirma el etnógrafo orgulloso mientras le muestra a Karamakate la información que pudo recolectar a lo largo de su expedición.
Como toda película que se propone adentrarse en una cultura con usos y costumbres que resultan ajenos, corre el riesgo de caer en un abismo insuperable entre nosotros y el Otro (ya el sólo hecho de distinguir un nosotros del otro genera una distancia). Ciro Guerra –director y guionista del film– a través de diversas elecciones fílmicas opta por subrayar que la aproximación entre ambas culturas es posible. Esto lo podemos apreciar claramente en el hecho de que en la película conviven diversas lenguas aborígenes (como el kubeo) junto con el español, el alemán y el portugués entre otras. Contrario a las expectativas, esta polifonía no impide la comunicación sino que la fomenta, ya que la mayoría de los personajes aprendieron a hablar por lo menos una lengua además de la propia.
Otra semejanza que aproxima a los distintos pueblos es la universalidad del goce musical. Schultes está dispuesto a deshacerse de todo su equipaje menos su tocadiscos. La música de Joseph Haydn tiene un efecto tranquilizador en él debido a que lo conecta con sus antepasados y su tierra natal. La música para Karamakate también tiene un fuerte enlace emocional. El anciano recuerda que su gente tuvo canciones que narraban la historia de los dioses, pero se lamenta profundamente no poder recordarlas.
El mérito de El abrazo de la serpiente es lograr escapar del encasillamiento en el conjunto de películas que se adentran en mundos considerados exóticos por la sociedad occidental. Este tipo de cine convierte al espectador en un voyeur que busca maravillarse de cuán diferente es su vida a la de los personajes que ve en pantalla. Por el contrario, Guerra se anima a filmar una cultura que es poco familiar pero encuentra un giro de tuerca interesante al enfatizar las semejanzas. Lejos de remarcar el abismo que separa diversas cosmovisiones elige poner el acento en la voluntad de entender la forma de pensar del otro y –por sobre todo– abrir canales de comunicación aun cuando las lenguas natales son disímiles.
Por Karina Korn
Trailer
Título original: El abrazo de la serpiente
Año: 2015
País: Colombia
Director: Ciro Guerra
Guión: Jacques Toulemonde, Ciro Guerra
Fotografía: David Gallego
Música: Nascuy Linares
Reparto: Nilbio Torres, Antonio Bolívar, Jan Bijvoet, Brionne Davis, Yauenkü Migue, Luigi Sciamanna, Nicolás Cancino
Productora: Coproducción Colombia-Venezuela-Argentina; Ciudad Lunar Producciones / Buffalo Producciones / Caracol Televisión / Dago García Producciones / MC Producciones / Nortesur Producciones
Duración: 125 minutos