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Sobre cifras y personas

Con frecuencia los medios de comunicación relatan las historias de migrantes que se enfrentan a viajes peligrosos en busca de un futuro que su país de origen no les ofrece. Son tantos los casos de personas que mueren tratando de llegar a un nuevo lugar en el cual vivir que a veces se pierde de vista la tragedia humana que encierran. Fuocoammare –película ganadora del Oso de Oro en la última edición de la Berlinale– muestra los rostros de aquellos que ponen su vida en riesgo al cruzar el mar.

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En los úl­ti­mos años mi­les de mi­gran­tes han na­ve­ga­do el mar Me­di­te­rrá­neo para en­con­trar una me­jor vida en Eu­ro­pa aun­que, la­men­ta­ble­men­te, siem­pre un por­cen­ta­je de ellos pe­re­ce en el ca­mino. Las con­di­cio­nes del via­je son du­ras: quie­nes se em­bar­can se en­fren­tan al ha­ci­na­mien­to, la des­hi­dra­ta­ción y la po­si­bi­li­dad de que el bote que los trans­por­ta se hun­da en aguas abier­tas. Fuo­coam­ma­re re­tra­ta el caso par­ti­cu­lar de la isla de Lam­pe­du­sa, des­tino al cual han lle­ga­do más de 400.000 per­so­nas en los úl­ti­mos vein­te años. Para lle­var esto a cabo, Gian­fran­co Rosi –di­rec­tor y guio­nis­ta del film– cen­tra el re­la­to en dos his­to­rias pa­ra­le­las: la de Sa­mue­le, un niño ita­liano de doce años, y la de los que se ani­ma­ron a cru­zar el mar.

Los mi­gran­tes son pre­sen­ta­dos como un con­jun­to. El pri­mer con­tac­to que te­ne­mos con los via­jan­tes es a tra­vés de los pe­di­dos de ayu­da que se es­cu­chan en una ra­dio ubi­ca­da en una to­rre de con­trol. La cá­ma­ra se acer­ca a una em­bar­ca­ción, cap­ta cómo son lle­va­dos a tie­rra y se los do­cu­men­ta en los re­gis­tros ita­lia­nos. Si bien el film nos deja ver sus ros­tros en pri­mer plano –in­clu­so oca­sio­nal­men­te ellos fi­jan su mi­ra­da di­rec­ta­men­te a la cá­ma­ra–, no po­de­mos ac­ce­der a su mun­do in­terno. Sal­vo el caso de un hom­bre ni­ge­riano que can­ta las vi­ci­si­tu­des de su via­je, no re­cons­trui­mos las vi­das in­di­vi­dua­les de es­tos su­je­tos. Esta es­ce­na en la cual el exi­lia­do nos deja sa­ber un poco de su his­to­ria es pro­ba­ble­men­te la más emo­ti­va y be­lla del film. Ilu­mi­na­do por una luz azul, ve­mos y oí­mos el do­lor de su tes­ti­mo­nio jun­to con el de otros hom­bres que res­pon­den a sus la­men­tos casi como un coro.

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Sa­mue­le, por su par­te, es re­tra­ta­do en su co­ti­dia­ni­dad. Lo ve­mos ju­gar con su ami­go, es­tu­diar, co­mer pas­ta y ser aten­di­do por el úni­co doc­tor de Lam­pe­du­sa. Él –a di­fe­ren­cia de las ge­ne­ra­cio­nes an­te­rio­res– no tuvo con­tac­to di­rec­to con con­flic­tos bé­li­cos, y es tal vez por eso que jue­ga des­preo­cu­pa­da­men­te a imi­tar con sus ma­nos los dis­pa­ros de pis­to­las que hun­den bar­cos. El mun­do de Sa­mue­le no tie­ne re­la­ción al­gu­na con la reali­dad de los mi­gran­tes sal­vo por las no­ti­cias que trans­mi­te la ra­dio lo­cal. La co­ber­tu­ra pe­rio­dís­ti­ca es las­ti­me­ra: al mis­mo tiem­po que re­du­ce la gra­ve­dad del asun­to a una cues­tión nu­mé­ri­ca, bus­ca acen­tuar el efec­to sen­sa­cio­na­lis­ta al re­sal­tar el he­cho de que par­te de los que fa­lle­cen son ni­ños y mu­je­res. Por otro lado, de­bi­do a que los nau­fra­gios y las muer­tes ocu­rren con fre­cuen­cia, pa­re­cie­ra que la no­ti­cia ya no im­pac­ta tan­to en los is­le­ños, de al­gu­na ma­ne­ra des­en­si­bi­li­za­dos por la reite­ra­ción.

El úni­co per­so­na­je que tie­ne tra­to con los exi­lia­dos y con los ita­lia­nos es el mé­di­co. Él atien­de tan­to a unos como a otros, y se la­men­ta de que mu­chas ve­ces tam­bién debe re­vi­sar los ca­dá­ve­res de aque­llas per­so­nas que no so­bre­vi­vie­ron al via­je. La for­ma en la que el doc­tor ha­bla se acer­ca al mo­nó­lo­go: sin mi­rar a cá­ma­ra nos re­la­ta los ca­sos a los que tuvo que en­fren­tar­se. “¿Cómo al­guien se pue­de acos­tum­brar a ver ni­ños muer­tos?” se pre­gun­ta re­tó­ri­ca­men­te. El tes­ti­mo­nio del mé­di­co, jun­to con las imá­ge­nes de los ros­tros de los re­cién lle­ga­dos, tie­ne un efec­to hu­ma­ni­zan­te.

Cues­ta en­ten­der por qué se de­ci­dió po­ner jun­tos los re­la­tos de los mi­gran­tes y el de Sa­mue­le, ya que las dos his­to­rias en nin­gún mo­men­to del film con­ver­gen. La pe­lí­cu­la no re­gis­tra el im­pac­to que tie­ne uno so­bre el otro, sino más bien de­ci­de que­dar­se en una po­si­ción “po­lí­ti­ca­men­te co­rrec­ta” que no se ocu­pa de los pro­ble­mas que aca­rrea la ola in­mi­gra­to­ria una vez que al­can­za­da a la tie­rra pro­me­ti­da. Fuo­coam­ma­re eli­ge no me­ter­se en un de­ba­te que im­pli­ca­ría una toma de po­si­ción en un tema que ge­ne­ra po­lé­mi­ca. Sin em­bar­go, hay que re­co­no­cer que el film le da vi­si­bi­li­dad a un gru­po de per­so­nas al que co­mún­men­te los me­dios de co­mu­ni­ca­ción re­du­cen a ci­fras. Este acto en sí mis­mo es un paso para em­pe­zar las dis­cu­sio­nes acer­ca de cómo li­diar con una si­tua­ción su­ma­men­te com­ple­ja y alar­man­te.

Por Ka­ri­na Korn

Trai­ler

Tí­tu­lo ori­gi­nal: Fuo­coam­ma­re
Año: 2016
País: Ita­lia
Di­rec­tor: Gian­fran­co Rosi
Guión: Gian­fran­co Rosi
Fo­to­gra­fía: Gian­fran­co Rosi
Re­par­to: Pie­tro Bar­to­lo, Sa­mue­le Ca­rua­na, Sa­mue­le Pu­ci­llo, Mat­tias Cu­ci­na, Ma­ria Cos­ta, Ma­ria Sig­no­re­llo, Fran­ces­co Man­nino, Giu­sep­pe Fra­ga­pa­ne, Fran­ces­co Pa­ter­na
Pro­duc­to­ra: Co­pro­duc­ción Ita­lia-Fran­cia; Ste­mal En­ter­tain­ment / 21 Uno­film / Ci­ne­cit­tà Luce / Rai Ci­ne­ma / Les Films d’Ici / Arte Fran­ce Ci­né­ma
Du­ra­ción: 114 mi­nu­tos

Karina Korn
Karina Korn
Licenciada y profesora en Artes Combinadas (UBA). En febrero fue seleccionada para participar en Talents Press Buenos Aires 2017. Fue premiada con la beca JIMA (Jóvenes Intercambio México Argentina) para estudiar en la Universidad Veracruzana. También fue seleccionada para participar del Programa País para el Festival de Cine de Mar del Plata (2015). Fue investigadora del Área de Investigación en Ciencias del Arte (AICA) a cargo del Dr. Jorge Dubatti y jurado del Premio Teatro del Mundo del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas.