¿Cómo llegaste a ser programador de un festival como el de Mar del Plata para luego dirigir tu propia película?
Cuando era chiquito vivía en Mar del Plata, donde mi viejo programaba un cineclub que sigue existiendo en el Teatro Victoria. Desde esa época que estoy muy vinculado con el cine, ya sea el cine de autor o el cine súper comercial. Cuando terminé el secundario me vine a vivir a Buenos Aires y rápidamente entré a trabajar en el Festival de Mar del Plata. Trabajé casi nueve años, primero como asistente de programación y luego como programador de una sección llamada Heterodoxia, a la que le iba bastante bien. Fue una linda etapa. Me parece que, así como dicen que escribir es el acto reflejo de leer, con hacer películas pasa un poco lo mismo. Si uno es muy cinéfilo, inevitablemente en algún momento va a tener ganas de hacer aunque sea una película. Así que llegó mi hora después de charlar con directores que venían al festival o en otros festivales a los que asistía.
Contanos de tu primera película…
En 2007 hice mi primera película, Mono, en un registro tranquilo para hacer porque no tenía un peso: es un documental atípico porque usé planos fijos y planos secuencias de bandas que en ese momento estaban en efervescencia en Buenos Aires y en otras ciudades. Registré la escena musical argentina: de todo, pop, pop rock, cosas electrónicas, bandas como El mató a un policía motorizado, Norma, Hace dos veranos… algunas siguen estando y otras fueron desapareciendo. Esa fue la primera, ahí arranqué, y Una novia de Shanghai es la quinta.
¿Cómo surgió la idea de narrar Una novia de Shanghai?
Primero y principal, presenté un proyecto a Swatch –los de los relojes–, quienes tienen un programa de artistas en Shanghai. Tienen un hotel cinco estrellas muy lindo en el que te invitan seis meses a desarrollar tu proyecto. La idea era filmar en China, sus calles y algún tema típicamente local. No tenía un gran presupuesto como para llevar actores argentinos ni me interesaba contar una historia argentina en Shanghai. Prefería vincularme con la cultura –y con la locura– local y atravesarla. La idea salió de pensar “¿Qué puedo filmar en China?”. Siempre me interesaron, incluso antes de este viaje, los rituales chinos de la muerte. Por ejemplo, cómo queman dinero y bienes materiales para que los espíritus los tengan en la otra vida o en el más allá. Antes de postularme a la beca artística investigué eso y me encontré con otros rituales interesantes.
El que me sirvió de base para hacer Una novia de Shanghai es una historia muy famosa: en la antigüedad –inclusive en algunas provincias todavía se sigue practicando– se realizaban casamientos fantasmas, es decir, unir a dos personas que están muertas enterrándolas juntas, ya sea el cuerpo o las cenizas dentro del ataúd. Se hacía una ceremonia entre las dos familias y los muertos quedaban casados en el más allá. Se practicaba normalmente con chicos y chicas muy jóvenes que no habían tenido novio y con viejitos. Me interesó muchísimo por el potencial narrativo para hacer una historia de amor, estilo comedia nostálgica.
Inevitablemente tenía que ser una historia filmada en China; tuve la oportunidad de viajar a filmar en otras ocasiones por trabajo y conocer la cultura. Me interesó mucho ver cómo las tradiciones milenarias todavía sobreviven en una ciudad hipermoderna como Shanghai.
¿Qué complicaciones tuviste a la hora de filmar?
Fue muy problemática la preproducción y la previa, no tanto así el rodaje. Nos resultó difícil conseguir los actores y el equipo técnico, ya que los presupuestos que se manejan son muy distintos a los de Argentina. Teníamos una plata que para filmar acá hubiera estado bien, pero para China eran moneditas. Además del tiempo que me llevó ver todas las locaciones y del idioma. Yo era un hombre orquesta, porque desde la producción es una película independiente, y encima filmada en China: el doble de dificultad. Una vez que conseguimos el equipo técnico y los actores, fue todo mucho más sencillo.
En muchas entrevistas dijiste que este film tiene un tono similar a las screwball comedies americanas. ¿En qué sentido?
Esas fueron notas de antes de viajar, de la previa, y esa era la intención. Una novia de Shanghai no es una comedia pura, no tiene gags cómicos. Tiene algunos pasos de comedia y de comedia melancólica. Nunca llegó a ser una screwball comedy, lo que quedaron fueron algunas ideas sueltas de ese proyecto anterior que todavía no llegué a concretar. Para hacerlo tengo que sí o sí filmar en Argentina.
¿Por qué?
Necesitás manejar muy bien el lenguaje, tener muy buenos textos, muy buenas réplicas para que se genere ese tema cómico, manejar los códigos de actuación de los actores. En China tienen una formación de actores que es muy complicada para dirigir ya que es de la Ópera de Pekín y es muy diferente a la de los actores de acá.
¿Cómo elegiste trabajar con Daniel Melingo y Moreno Caetano para la música del film?
El tono de la película es semicómico y necesitaba que la música apoyara eso, así que trabajé primero con [Daniel] Melingo que hizo casi todo el score de la película. Necesitaba alguien que pudiera tocar muchos instrumentos y manejar una orquestación. Me quedé muy tranquilo cuando rápidamente accedió a trabajar con la música porque sabía que iba a lograr darle el tono que yo quería. Hay unos temas mexicanos, hay un dub y otro tema más bolichero que los hizo él. Los que son bossa nova son de Moreno Veloso (el hijo de Caetano), otro músico muy talentoso. Quería trabajar con otro músico que no fuese argentino, sino latinoamericano, para tener un poco más de contraste. En el film los dos protagonistas fantasean con viajar a México y hablan todo el tiempo de América Latina. Quise mezclar dos mundos completamente diferentes, el de América Latina con el oriental, a modo de una “bolsa de gatos” multicultural.
¿Qué planes tenés a futuro?
Este año estuve dedicado a la crianza de mi hijo de nueve meses, así que estoy más de guionista y escribo para que dirijan otros en Brasil. Además, estoy empezando a desarrollar una serie para televisión, muy lentamente. No creo que esté terminada hasta mediados del año que viene, al menos de escribir. Recién ahí la voy a empezar a mover para ver quién la puede llegar a producir. No quiero hacer una película, sino algo más en episodios. Mucha gente se está pasando para probar porque es una narrativa diferente. Me interesa experimentar con lo episódico.
RECOMENDACIONES
Un libro: Tres rosas amarillas, de Raymond Carver.
Una obra de teatro: Mi hijo sólo camina un poco más lento, de Ivor Martinić.
Un disco: “Go Away Dream”, de The Tamblins.
Una artista plástica: Ana Gallardo.
Una serie: la primera temporada de True Detective.
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