Hay algo fundamental que diferencia a esta temporada de Game of Thrones de las anteriores: no es la cantidad de personajes muertos, ni las batallas épicas, ni la calidad de la narración cinematográfica, sino que ya no tenemos libros en qué basarnos. Es algo inaudito incluso en la historia televisiva: por fin una serie se adelanta a la historia en la cual se basa. Hasta el final de la quinta temporada, quienes somos lectores veíamos la serie de otra manera: ya sabíamos qué iba a pasar, pero queríamos saber cómo la dupla D&D (siglas bajo las cuales se los conoce en las redes sociales y foros a David Benioff y Daniel B. Weiss, los showrunners) iba a llevarla a la pantalla. Este conocimiento parecía ilimitado –los cinco libros publicados suman unas 4451 páginas aproximadamente y contienen mucha más información que la que revela la serie– hasta que llegamos a la quinta temporada que termina en el exacto lugar donde finaliza el quinto libro: con la muerte de Jon Snow. El último libro fue publicado en 2011 y, desde ese entonces, los lectores hemos estado con el corazón en la boca esperando la continuación –Winds of Winter– para saber qué ocurre con el bastardo más querido de Westeros.
Por primera vez, todos los espectadores estábamos –más o menos– en una misma situación en cuanto a los conocimientos sobre qué puede llegar a pasar. Sin embargo, eso no significa que se haya puesto un freno a la creación de teorías delirantes al respecto del destino de nuestros personajes favoritos. En este sentido, a lo largo de los meses se acusó a D&D de haber escrito una temporada demasiado fan service gracias a la libertad de no estar atada a un texto previo sino a indicaciones puntuales de la mente creadora de los libros, es decir, George R.R. Martin (GRRM). No obstante, a lo largo de temporadas anteriores, los showrunners se han encargado de sembrar ciertas semillas que simplemente se confirmaron en esta gigantesca temporada.
Para empezar a hablar de los eventos en sí de esta sexta temporada, es importante notar que su antecesora tuvo algunos picos brillantes –como la batalla de Hardhome y la muerte de Jon Snow– pero fue, en general, una temporada floja. No es sólo en la comparación donde esta nueva temporada tiene todas las de ganar, sino también en el relato en sí mismo y en la construcción del arco argumental de algunos personajes. La aparición de las hijas de Oberyn Martell y Ellaria Sand –las Sand Snakes– en la temporada anterior nos generó mucha angustia en los lectores/espectadores debido a la excelente construcción de dichos personajes en los libros… y a la pobre caracterización que tienen en la serie. Afortunadamente, fue una decisión creativa no profundizar esa historia en esta temporada y casi no las vemos. Por el otro lado, Sansa Stark logra por fin despegarse del cariñoso mote de “Sonsa” y pasa a constituirse como uno de los personajes femeninos de mayor fuerza.
Para lograr estas y otras tantas cuestiones, los creadores contaron con específicas indicaciones del maestro GRRM con el objetivo de guiar a los personajes a acciones puntuales que son cabales para la conclusión de A Song of Ice and Fire, nombre que lleva la saga de los cinco libros. Estas marcas narrativas dieron lugar a los hechos más significativos –y también más inesperados– de toda la temporada.
Una crisis religiosa
Melisandre, la sacerdotisa roja que interpreta las señales de R’hollor, ha tenido una fe inquebrantable en su Lord of Light a lo largo de cinco temporadas, así como también en la creencia de que Stannis Baratheon era la reencarnación de Azor Ahai, un héroe legendario que venció a los Otros –los white walkers– en otra era. Su crisis comienza al darse cuenta de que todo este tiempo ha estado equivocada. A lo largo de esta temporada podemos verla cuestionando sus decisiones y realmente titubeando de su “canal de comunicación” con R’hollor. Sin embargo, logra resucitar a Jon Snow a pesar de sus dudas y hacia el final de la temporada, aceptando que no siempre ha estado en lo correcto.
“Y al tercer día, resucitará de entre los muertos…”
La resurrección de Jon Snow era algo que nos esperábamos ya que el actor encargado de personificarlo, Kit Harrington, había sido visto en el set de filmación; por el otro lado, él mismo y los showrunners habían dado innumerables entrevistas en donde afirmaban que el personaje estaba muerto, bien muerto. Afortunadamente, Melisandre lo resucita y todo es carnaval: la noticia corrió como pólvora y cientos de memes aludiendo a estampitas religiosas inundaron la web. La verdadera pregunta es: ¿por qué resucitó Jon Snow en una serie que se ha encargado de liquidar a un gran número de personajes queribles?
La respuesta más acertada no es la popularidad del personaje, y una pista radica en el título de la saga: Una canción de hielo y fuego. En este sentido, la serie se encarga de confirmar la famosa teoría R+L=J que les ganó la posibilidad de llevar esta historia a la pantalla televisiva. Como todos sabemos, GRRM, al ser consultado por los derechos hizo solamente una pregunta: ¿quién es la madre de Jon Snow? Y afortunadamente, D&D contestaron correctamente: la hermana de Ned Stark, Lyanna, quien habría huido voluntariamente por amor con Rhaegar Targaryen. Ambos simbolizarían el hielo –quién podría olvidarse de la obsesión que tienen los Stark con el invierno, a tal punto que es su lema familiar– y el fuego –lo mismo ocurre con los Targaryen– respectivamente. Otras teorías apuntan a que Jon representaría este hielo, mientras que el fuego vendría de la mano de Daenerys Targaryen: el punto es que ambos son personajes centrales y fundamentales para la supervivencia de la humanidad de Westeros cuando la Larga Noche se acerque.