El Prado sabe que cada día cuatro mil personas se detienen, como encantadas, ante la joya de su colección (y sabe, probablemente, que el visitante se detiene más tiempo en ella que en cualquier otra obra). Sabe que El jardín de las delicias es un mito del arte y de la cultura y que sus resultados en Google y YouTube pueden requerir una vida de atención. ¿Por qué, entonces, hacer otro documento audiovisual sobre él? O, más bien, ¿cómo hacerlo sin que sea una mera fotocopia y que, a su vez, cumpla con los objetivos institucionales de la conmemoración? (¡No todos los días se cumplen 500 años!).
El Bosco, el jardín de los sueños es un documental institucional de visibilidad internacional, la carta de presentación de una potencia museística que celebra un hito de su historia. Este género habilita una expectativa: se verá gente bien vestida hablando amorosamente sobre el arte, salas llenas de visitantes y escenas de plena y solitaria contemplación, música solemne y un poco de cultura popular (porque no sólo de solemnidad viven los museos).
El Museo del Prado lo sabe: no es posible decir algo sobre el Jardín de las delicias que no haya sido dicho ya, o mostrar algo que no haya sido mostrado con anterioridad. Y recurre al modo más efectivo para hablar sobre las obras de arte: habilitar la palabra del otro, abrir un foro para el despliegue de los comentarios. Su documental es un grupo heterogéneo y pintoresco de espectadores invitados a contemplar la obra y manifestar sus impresiones. Músicos, filósofos, escritores, historiadores, artistas y restauradores, se pasean frente al tríptico del Bosco, toman de él lo que pueden tomar y le dejan su mirada. El Jardín de las delicias es lo que cada uno puede decir sobre él, lo que cinco siglos de historia han dicho, la carpeta de todas las impresiones que ha movilizado y las cuatro mil de quienes lo siguen visitando cada día.
Como si él también hubiera sido invitado a la contemplación, el espectador del documental accede a un recorrido gozoso por la intimidad del tríptico, la multiplicidad de sus detalles y los trazos que se ocultan bajo las capas de pintura. La gran pregunta -no formulada- del film es ¿cómo hablar del Jardín? O la imposibilidad de comentarlo sin tener que aceptar la propia perspectiva, la mirada situada de quien lo intenta. ¿Cómo no hablar de uno mismo al tratar de hablar del cuadro? Es más lo que dice sobre nosotros que lo que podemos decir sobre él. No hay palabra privilegiada: ni la soprano René Fleming, ni el filósofo Michel Onfray o el ensayista Cees Nooteboom aparecen acompañados por sus credenciales. Son uno más de los tantos que se enfrentan a la inmensidad del Bosco.
“No resolver el misterio sino habitarlo…”. Como pocas obras el tríptico pide una observación minuciosa y, sin embargo, después de horas, se niega a dar respuestas. El director José Luis López Linares tiene la sutileza de reconocer esa opacidad y captar el momento en que sus invitados renuncian a las palabras y se rinden al silencio o a la música. De esa imposibilidad trata su documental, y del gozoso ejercicio de encontrarse en El jardín.
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Ficha técnica Título original: El Bosco, el jardín de los sueños Año: 2016. País: España/Francia. Dirección y fotografía: José Luis López-Linares. Guion: Cristina Otero. Edición: Pablo Blanco Guzmán. Producción: López-Li Films, Mondex&cie, Museo Nacional del Prado. Distribución: Zeta Films. Duración: 85 minutos.