Once días, veintisiete sedes, aproximadamente cuatrocientas películas, invitados internacionales. Es una pregunta que me hago todos los años: ¿cómo hacer para verlo todo? No se puede. Entonces, ¿cómo hacer para elegir, para no marearte en el inmenso caudal de material cinematográfico que inundan las páginas del catálogo online? En mi caso, tampoco pude. En 2009 me mudé desde Entre Ríos para iniciar el CBC, y conocí al BAFICI porque solía ir a pasear en el Shopping Abasto, donde Hoyts tenía su sede central para este gran evento; más allá de ver los grandes banners, no tenía ni idea ante qué me encontraba: uno de los festivales de cine independiente más importantes de Latinoamérica. Desde aquella primera experiencia mantengo una eficaz –pero poco legítima– forma de elegir las películas: al azar. Ya sea porque el título me resultó atractivo, ya sea porque conozco al director de nombre, por disponibilidad horaria o simplemente porque un amigo la recomendó, sólo una vez salí del cine indignada ante lo que había visto.
En esta ocasión tuve la oportunidad de ver películas que en otro momento no me hubieran interesado, como el documental El perro de Ituzaingó (dirigida por Patricio Carroggio) al respecto del proceso creativo en rodaje del cineasta independiente Raúl Perrone –quien tuvo su propia participación en el BAFICI con Hierba–, y el documental Mi hist(e)ria en el cine (dirigida por María Victoria Menis), que cuenta las peripecias emocionales de la directora en su decisión de dejar de filmar películas. También tuve la chance de ver films que sólo he visto en VHS o DVD: conmemorando los cuatrocientos años de la muerte de William Shakespeare, se proyectaron distintos films que involucran sus obras, como la encantadora y graciosa Much Ado About Nothing (Kenneth Branagh, 1993) y Theatre of Blood (Douglas Hickox, 1973) con un enorme Vincent Price en el rol principal.
Uno de los films que más disfruté fue L’avenir, el quinto largometraje de Mia Hansen-Løve. Exquisitamente filmada, nunca sabré si su talento por contar una historia de forma simple pero visualmente contundente, a la manera de la Nouvelle Vague, es algo que asimiló de sus participaciones como actriz en los films de su marido, Olivier Assayas –y otro director que es de mi agrado–, o si es algo innato de los franceses. Sea como sea, es un film para volver a ver en pantalla grande.
Finalmente, el BAFICI también dio albergue a una categoría musical, proyectando un opaco film como I saw the light (Marc Abraham, 2015), Purple Rain (Albert Magnoli, 1984) a raíz del inesperado fallecimiento de Prince, entre tantos otros. Sin embargo, quiero hacer una mención especial a la película que cerró el festival: Miles Ahead. Debutando en la dirección se encuentra el actor Don Cheadle, quien también encarna al enorme Miles Davis en una historia que continuamente hace saltos temporales –en una edición impecable– para narrar los acontecimientos más importantes en su vida musical y su retorno a los escenarios. Posteriormente a la proyección, los asistentes disfrutamos de un tributo a Miles Davis con un concierto sorpresa por Juan Cruz Urquiza Quinteto.
Cabe destacar que la película se proyectó en el cine teatro Gran Rivadavia –ubicado en el límite entre los barrios de Floresta y Vélez Sarsfield–, una curiosa y lejana elección para realizar la función de clausura, pero no por ello una decisión poco acertada: uno de los grandes logros de este festival fue su descentralización al abarcar numerosos barrios de la Ciudad. Otro dato no menor es que esta película reinauguró el Gran Rivadavia como sala cinematográfica, debido al constante esfuerzo de sus dueños, el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales y de los vecinos del barrio por reacondicionar este hermoso cine-teatro, ya declarado Sitio de Interés Cultural por la Legislatura Porteña.
Hablar del BAFICI, por lo tanto, no sólo es hablar de cine sino también de gestión y políticas culturales. La creación del BAFICI en 1999 marcó un hito dentro de los festivales de cine independiente de la región, así como también dentro de las formas de gestionar la cultura. Previo a su desarrollo, no estaba permitido realizar acuerdos con capitales privados para ninguna instancia de festivales, ferias o eventos gubernamentales. Si bien dicho caudal económico ha asistido al presupuesto del festival para conseguir los derechos de exhibición de los films y la presencia de invitados internacionales –Peter Bogdanovich y Michel Legrand fueron los platos fuertes de esta edición–, un reclamo constante es la fuerte presencia de entidades comerciales que muchas veces no concuerda con el eje artístico del festival. En este sentido, muchos artistas presentes en el festival hicieron eco del ánimo de repudio general a los conocidos dichos del Ministro de Cultura de la Ciudad, Darío Lopérfido, entre ellos Andrea Testa y Francisco Márquez, directores de La larga noche de Francisco Sanctis, que se llevó el premio a Mejor Película en la Competencia Oficial Internacional. El film, curiosamente, narra la historia de un hombre sin compromisos políticos que, en plena dictadura, recibe información del paradero de dos personas buscadas por los militares, y debe decidir si ayudarlos a riesgo de su propia vida.
A modo de conclusión, puede decirse que el BAFICI ha podido distinguirse de los demás festivales del país por mantener un sello sumamente particular, que se imprime en el momento de las elecciones de los films, atendiendo ante todo a la necesidad de buscar siempre la heterogeneidad de las producciones, con el objetivo de mantener las conquistas realizadas en cuanto a audiencia y de responder a las necesidades de un público cada vez más diverso.